Columna Rota: #MujeresEstelares: Ana Sofía

23 marzo, 2018

“Las mujeres han servido todos estos siglos de espejos que poseían el poder mágico y delicioso de reflejar la figura de un hombre el doble de su tamaño natural.”

Virginia Woolf.

 

Elizabeth Ortega es madre de Ana Sofía Carvajal Ortega, una mujer como muchas madres en este país: Trabajadora, buscando bienestar para su familia. 

Mamá de dos niñas más, una triada que formó de tal manera que cada una de ellas es libre.

Sofi, como le decía cariñosamente, era la menor de la tres. Desde que nació llegó a sorprender a toda su familia, una niña rubia de ojos azules que acaparaba la atención de cuantos las conocían.

Renuente al estudio, a los siete años empezó a pintar. Su talento era nato, le gustaba el karate, cuando entró a estudiar pintura el maestro se sorprendió. Sofi tenía técnicas de profesionales, por lo que el experto le comentó a su madre que debían explotar esa habilidad.

A los doce años empezó a tocar el chelo, también fue nato, ya lo traía con ella. Era una artista.

El 30 de enero de 2017, Elizabeth, como todos los días en la mañana entró a la recamara de su hija. Durante la noche tuvo tos, estaba enferma de gripa. La madre le tocó la frente para decirle que no se preocupara, no tenía temperatura y le ordenó no saliera de casa.

Sofi le hizo saber que solo iría a dejar una solicitud de trabajo, porque le urgía encontrarlo.

Ante la petición de su madre le dijo que no saldría, “Má” agregó, “te quiero”. “Yo también te quiero”, le respondió la madre y le besó la mano.

Durante la mañana se estuvo comunicando con ella, como a la una de la tarde le mando el último mensaje. “Ya voy a dejar mi solicitud”.

Sofi ya no contestó, ni mensajes, ni llamadas. De inmediato Elizabeth fue a su casa a ver si se encontraba ahí, pero no estaba.

Por ello, fue a buscarla a donde llevaría la solicitud de empleo, sólo le hicieron saber que la jovencita estaba citada a las 15:00 horas, pero no llegó.

Elizabeth pidió ver cámaras, los registros de visitas del lugar, nada. Al salir del lugar. Recibe la primera llamada: “tengo secuestrada a tu hija”. “¿A cuál?”, preguntó la mujer. “A Sofía”, respondió la voz del otro lado del teléfono.

 

La segunda llamada: “sí entendiste de lo qué se trata”, asintió la madre de Sofía, “entonces quiero ochenta mil pesos para que te deje a tu hija”.

Elizabeth pidió hablar con su hija, no la comunicó, “cómo sé que la tienes”, preguntó. “Tengo su solicitud de trabajo”, le respondió.

Ana Sofía nació el 22 de septiembre de 1998, en Apan, Hidalgo. Una niña muy amada, la consentida de todos. Madre e hija se convirtieron en compañeras. Cuando tenía miedo de los truenos corría a la recamara de su mamá y se refugiaba en su cama.

Con dolor, Elizabeth recuerda que le cortaba las uñas de los pies. Era una niña rezongona, peleaba mucho con su hermana mayor, Fernanda. “Hasta eso extrañamos”, detalla Fer.

Ese 30 de enero la joven madre fue traslada a la unidad antisecuestro en Pachuca, ahí recibió una llamada más: “Cuánto juntaste”. Elizabeth respondió que aún estaba reuniendo el dinero.

Al día siguiente volvió a llamarle preguntando sobre cuánto había juntado y le advirtió que no le llamará a la policía. Elizabeth sólo suplicó: “No le hagas daño, no la lastimes, te voy a dar el dinero que me pides”. Molesto el sujeto le advirtió: “pues como cree qué está”. “No la lastimes”, reiteró la súplica Elizabeth.

Entrada la noche, el teléfono vuelve a sonar, la madre le hace saber que ya casi tenía todo el dinero. “Yo le llamó para decirle donde me deja el dinero”, le comentó.

La policía se mantuvo cerca de la joven madre para monitorear las llamadas. El sujeto no se volvió a comunicar. La consternación, la impotencia, se apoderaron de la familia de Sofi.

Durante meses estuvieron investigando, en Morelos, Cuautla, Chihuahua, en todos lados donde les daban pistas acudían.

El 27 de mayo de ese año, la unidad antisecuestro se comunicó con Elizabeth, había noticias: Se había localizado al agresor, estaba en Cuautla y se trasladó a Pachuca, ahí lo detuvieron.

Antonio era un sujeto que Sofi conoció en una reunión de amigos en su casa, iba con su esposa.

Pese a ello, él quería al más con Sofi, pero a ella no le agradaba.

El sujeto tenía una casa en el Arenal, rumbo a Actopán, Hidalgo.

Durante la investigación se cateo ese domicilio, no encontraron nada. Cuando Antonio fue detenido se llevó a cabo un segundo cateo. Ahí estaba, debajo de una losa de cemento, el sujeto sacó la tierra y la enterró en el patio de su casa.

El cuerpo de Sofi no tenía ningún grado de descomposición, a pesar de estar enterrada en el lugar desde hace cuatro meses. Tal como la vio la última vez Elizabeth, así la encontró.

“¿La reconoce?”, cuestionó la policía. “Claro, cómo no iba a reconocerla si yo le di la vida”, respondió la madre. “¿Por qué la reconoce?”, le cuestionaron de nuevo. La madre llena de lágrimas sostuvo: “Sus manos, sus dientes chuecos, sus pies gordos, cómo no iba a reconocerla”.

La investigación arrojó que Antonio hizo un desfalco en la empresa donde laboraba. “No sé por qué se fijó en nosotras, yo soy una madre que trabaja, no tengo dinero, no soy rica, de hecho, Sofi quería trabajar para comprarme una lavadora para que no trabajara tanto”.

La madre piensa que el sujeto quería sacar el dinero para cubrir el desfalco y eligió a Sofi.

Antonio está detenido desde ese 27 de mayo de 2017 y se encuentra en proceso de investigación.

La madre una vez más le hace saber a quienes hacen las leyes.

“Por qué nosotras tenemos que ser tratadas como si fuéramos culpables, mi hija no está. La prueba más clara de que es culpable es que la encontramos en su casa y el argumenta que sus derechos están siendo violentados. ¿Por qué hacen leyes cómo estás?, son injustas, tienen más privilegios ellos, mi hija no está, no puede ser que las autoridades sean tan frías, tan de números. Él está vivo. Es agotador para mí, ir a las audiencias y verle su cara de burla, como si hubiera matado a un perro. Le da risa. Solo quiero justicia”.

Sofi era una mujer estelar, de aquellas que inspiran, de quienes debería estarle contando su historia en vida.

Dejó una larga lista de planes, de conciertos, de sueños, tocaba el chelo en la Orquesta Fundación Azteca de Hidalgo, era una niña sana.

Su abuelo la extraña, su tía, hermana de su mamá, murió de cáncer antes de encontrarla.

Sus pinturas están intactas. Ese día que desapareció había lavado su ropa, regó su plantita y se fue, tal como ella dejó el lugar así se encuentra.

Una vez más, el tiempo se quedó detenido. Fer y Natalia durante la entrevista con Elizabeth no dejaron de llorar. El verdugo una vez más las asesinó a todas.

No sé qué le pasa al resto de la gente, lo que sí sé es que a mí me cuesta cada vez más trabajo expresarme, me siento atrapada por el dolor, no sé ya como plasmar tanta rabia, tantas muertes, tanta impunidad.

Tengo claro que no soy la única que siente y piensa esto, sin embargo, cada vez es más difícil encontrarnos. Y en esa búsqueda, nos estamos alejando, nos están asesinando. El grito pareciera ahogarse, y ante esto la reflexión ¿Cómo escribir la rabia?

Quieres contar una historia de feminicidio, desaparición, o intento de feminicidio búscame, ayúdame a visualizarlas.

 

@FridaGuerrera

fridaguerrera@gmail.com

 

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