Esta crisis social

Durante los últimos siete años, hemos visto cómo miles y miles y millones de personas huyen de sus hogares para buscar refugio en sitios lejanos. A la par, hemos visto cómo han proliferado –mediáticamente, al menos– los ataques a civiles, las matanzas, el terror. Y esto ha llevado a una proliferación del conservadurismo.

Y es obvio –de entender, claro–, que cuando una persona ve que un extranjero llega a su hogar y lo destroza, que no quiera recibir más de esos foráneos, aunque todos los demás sean buenas personas. A fin de cuentas, ¿cómo distinguir, a primera vista, al terrorista del que no lo es?

Las personas, cuando se encuentran en pequeñas sociedades, se vuelven tremendamente territoriales. Como una manada que defiende su espacio en contra de todo invasor. Y bajo esa lógica, también es posible entender los crímenes de odio. ¿Cuánta gente no ha asesinado a su prójimo porque éste era de otra raza (permítanme el uso del mote, es sólo explicativo), de otro país, de otro mundo? ¿Cuántas personas no han insultado a los migrantes, a los extranjeros, a los que parecen diferentes?

Sin ir más lejos, alguna vez en el metro de la Ciudad de México me tocó ver cómo un chilango le gritaba de groserías a una familia de procedencia asiática. ¿Por qué? Porque a los ojos del capitalino, los chinos (ya saben, la aglomeración de coreanos, japoneses, chinos, taiwaneses y más) venían a quitarnos todo a los mexicanos y por eso merecían ser expulsados, que se largaran a sus casas. Esta misma escena se ha replicado con mayor virulencia durante los últimos años no sólo en nuestro país, sino también en Estados Unidos, Europa, Oceanía, Canadá, Israel, etcétera.

Es un gran paradigma en el que vivimos: por un lado, nuestras sociedades nunca habían sido tan tolerantes (recuerden, estamos inmersos en una globalización que nos avasalla de ideas y personas provenientes de todo el planeta), y al mismo tiempo, podemos observar un crecimiento acelerado del racismo.

No hay una solución sencilla para este dilema, y tampoco es probable que un día lleguemos a ser un mundo feliz y sin diferencias (aunque según algunos estudios genéticos, estemos en camino para borrar todas las características que distinguen a la gente de ciertas partes del mundo, para al final, poseer todos ciertas facciones específicas), pero nuestro primer paso tiene que estar en las soluciones a los conflictos bélicos. Las guerras no solucionan las crisis y las crisis no se solucionan con más violencia.

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