Egyptians use their mobile phone to record celebrations in Cairo's Tahrir Square, the epicentre of the popular revolt that drove veteran strongman Hosni Mubarak from power, on February 12, 2011. Thousands of Egyptians were still singing and waving flags as dawn broke over a nation reborn, after a popular uprising toppled Mubarak. AFP PHOTO/MOHAMMED ABED (Photo credit should read MOHAMMED ABED/AFP/GettyImages)

El guardián entre los e-mails

Internet se ha distinguido por su carácter de entretenimiento para un amplio porcentaje de la población: se pueden hacer amigos a través de las redes, buscar libros, películas, música, llamar a nuestros seres queridos, leer las noticias o los artículos que nos interesan, ver televisión en línea, entre muchas otras cosas, es decir, proyectar nuestros intereses, gustos y forma de ser a través de nuestras búsquedas y conexiones.

Además, con el paso de los años y gracias a la facilidad que este medio permite para hablar con personas de todo el mundo de manera rápida y eficaz, el internet también se ha vuelto un punto de reunión para todos aquellos con causas en común, una plaza pública para discutir temas que dejan de lado su carácter de local o nacional para volverse globales, lo cual le ha convertido en una amenaza para los gobiernos y las esferas de poder que se han visto expuestas en las redes sociales.

Es importante destacar que en los últimos años, internet ha sido el semillero de diversas revoluciones: Si bien el Subcomandante Marcos ha declarado que al momento del levantamiento zapatista, ellos no utilizaron directamente el internet, sí se convirtió en una herramienta para dar a conocer el movimiento y sus causas en el mundo.

De igual manera, la organización a través de internet permitió que miles de estudiantes de Hong Kong se unieran a la llamada Revolución de las sombrillas, un movimiento prodemocrático que buscaba lograr que el país pudiera elegir libremente su gobierno y éste no dependiera de China. Asimismo, están las conocidas Primaveras Árabes, que derrocaron gobiernos totalitarios al norte de África y cuya organización se llevó a cabo meramente a través de plataformas cibernéticas

En junio de 2013, el periodista Glenn Greenwald, quien en ese tiempo trabajaba para el diario británico The Guardian, dio a conocer que la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) estadounidense recolectaba información privada de la población civil (búsquedas en internet, números bancarios, llamadas telefónicas, mensajes de texto, etc), a través de grandes compañías como Google, Facebook, Yahoo, Twitter, entre otros.

A partir de esto, las personas comenzaron a preocuparse: la más reciente forma de plaza pública, una que parecía indestructible por su carácter técnicamente intangible, peligraba, así como la aparente libertad de expresión que creían que existía allí, toda esa ilusión comenzó a caerse a pedazos.

Edward Snowden, un ex consultor de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y el responsable de filtrar dichos documentos secretos, fue quien desveló al gobierno estadounidense como un gran panóptico capaz de vigilar todos los movimientos de cada ciudadano, a pesar de la violación a la Cuarta Enmienda, que señala, “el derecho de la gente a tener seguridad en sus personas, casas, papeles y efectos, contra cualquier registro y arresto irrazonable, no será violado, y no se emitirá ningún mandamiento, a no ser que exista causa probable, apoyada por un juramento o testimonio, y que describa especialmente el lugar a ser registrado, las personas a ser arrestadas y las cosas a ser confiscadas”.

¿El pretexto para llevar a cabo tales acciones? El terrorismo, especialmente el miedo a éste que surgió a partir de los ataques del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas, en Nueva York. En su libro Snowden: Sin un lugar donde esconderse (2014), Greenwald menciona que dicha paranoia es mucho más grande que la verdadera amenaza, ya que “ha sido aprovechada por dirigentes norteamericanos para justificar una amplia serie de políticas extremas: […] guerras de agresión, a un régimen que tortura en todo el mundo y a la detención (incluso el asesinato) de ciudadanos tanto extranjeros como norteamericanos sin mediar acusación alguna”.

“Transformar esta red en un sistema de vigilancia de masas tiene repercusiones distintas de las de otros programas anteriores de vigilancia estatal. Los sistemas de espionaje precedentes eran necesariamente más limitados, y era más fácil eludirlos. Permitir a la vigilancia arraigar en internet significaría someter prácticamente todas las formas de interacción humana, la planificación e incluso el pensamiento propiamente dicho a un control estatal exhaustivo”, escribe Greenwald.

Las revelaciones de Snowden dieron pie a un fuerte debate sobre la vigilancia masiva y sus verdaderos propósitos, más allá de la supuesta caza terrorista, dando a conocer también los continuos planes de expansionismo por parte del gobierno estadounidense, el cual, bajo una máscara de ayuda y colaboración entre naciones, busca en realidad inmiscuirse en sus asuntos políticos más internos para controlar y para desechar aquello que no le sirve a su modelo neoliberal.

Por otra parte, la problemática de la vigilancia masiva no sólo es acerca de las estrategias de la hegemonía, sino también una descarada violación al derecho a la privacidad, contenido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. ¿Acaso no pone en un mayor riesgo a la población que su información sea indiscriminadamente recogida por grandes compañías cuyas intenciones son desconocidas por los ciudadanos?

A su vez, el derecho a la libertad de expresión y a la información se ven violentados. Greenwald indica que la vigilancia “altera la conducta humana, […] y las personas que se saben observadas se muestran más reprimidas, menos libres, más cautas sobre lo que dicen”, por lo cual, el sentido de plaza pública que se le da a internet decrece por miedo a repercusiones.

¿Qué está pasando en México?

El pasado 19 de junio, el New York Times publicó en primera plana una noticia que acusaba al gobierno mexicano de utilizar un software llamado Pegasus, el cual “se infiltra en los teléfonos inteligentes y otros aparatos para monitorear cualquier detalle de la vida diaria de una persona por medio de su celular: llamadas, mensajes de texto, correos electrónicos, contactos y calendarios. Incluso puede utilizar el micrófono y la cámara de los teléfonos para realizar vigilancia; el teléfono de la persona vigilada se convierte en un micrófono oculto”.

De acuerdo con el diario, el programa, desarrollado por la compañía NSO Group, el programa que debería ser empleado para rastrear posibles ataques terroristas o la ubicación y operaciones de cárteles de droga, ha sido más bien ocupado con fines de espionaje para seguirle la pista a críticos del gobierno de Enrique Peña Nieto, activistas y periodistas (entre ellos Carmen Aristegui y Carlos Loret de Mola), así como a sus familiares.

De momento, el gobierno mexicano se ha declarado inocente ante tal acusación, alegando que no hay pruebas en su contra, lo cual es cierto, ya que Pegasus permite al hacker no dejar rastro alguno de sus infiltraciones. Empero, diversos ciberactivistas, entre ellos el mismísimo Snowden, y otras organizaciones en pro de los derechos digitales ya se han pronunciado en contra de las supuestas acciones de espionaje sistemático por parte del gobierno.

Jurídicamente, la vigilancia de las comunicaciones privadas de ciertas personas de interés debe ser aprobada por un juez federal además de que las razones para realizarla tienen que estar absolutamente justificadas para ser de uso en determinado caso o casos.

Las redes sociales, con su carácter tan inmediato, ya han propagado múltiples opiniones, pero son interesantes aquellas a los que no parece sorprenderles en lo más mínimo. Sí, el espionaje ha existido desde hace siglos y se ha utilizado como táctica de guerra en muchas ocasiones pero, ¿por qué el pueblo debería estar en guerra con los gobiernos, que se supone, fueron elegidos para generar bienestar y progreso?

El concepto de plaza pública ha ido evolucionando con el paso del tiempo. Si bien antes los puntos de reunión para la ciudadanía eran físicos, ahora la mayoría son virtuales, y de una u otra manera, es responsabilidad del pueblo defender esos espacios de libertad y opinión pública.

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Lectora de tiempo completo y escritora entre sueños. Su cuarto está lleno de poemarios, pósters de superhéroes, fotografías, recortes de revistas, letras de canciones de Depeche Mode y The Clash y lápices. Está segura de que su gato es la reencarnación de Arthur Rimbaud y que Allen Ginsberg le habla mientras duerme. A veces tiene pesadillas con Skynet.

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