La Lagunilla: novias en peligro de extinción

Parece que los mexicanos ya no creen en cuentos de hadas, ni en la romántica frase “y vivieron felices para siempre”. El juramento de amor en el altar tan sólo dura en promedio trece años. Hoy, se ama sin ataduras y en unión libre; se promete estar en la salud y en la enfermedad, sin un papel ni Dios que lo requiera.

El panorama es oscuro para un lugar como La Lagunilla, en donde los 365 días del año se ofrecen, a quien lo visita, un ambiente de fiesta, en sus calles y banquetas, del cual es difícil escapar. Cientos de tiendas levantan sus cortinas diariamente, desde que el sol se asoma hasta que éste desaparece, con la esperanza de ser parte del día más especial para una mujer.

“Antes vendía sesenta vestidos de novia al mes, ahora sólo treinta”, afirma Juan José Cárdenas, comerciante del mercado de La Lagunilla; su tono de voz cambia y una ligera tristeza invade sus ojos cuando asegura que hay días en los que no vende ni un sólo vestido. Cambia el tema rápidamente y con ímpetu menciona que ama lo que hace. Nació para ser parte de la ilusión y felicidad de la novia.

Junto con su esposa, Virginia Madrid Ramos, Don Jalisco, como también se le conoce en el tianguis del bodorrio, ha vestido a miles de novias durante doce años. Ofrece prendas diseñadas por uno de sus hijos, con lo cual garantiza diseños únicos e incomparables, difíciles de encontrar en Polanco o San Ángel.

Sin titubear afirma que sus vestidos son de calidad, las telas con las cuales se fabrican son traídas desde Estados Unidos y Europa. El vestido más solicitado en su negocio tiene un costo de cuatro mil 500 pesos; ése es el que todas desean, aquel que acarician con delicadeza. Su corte estilo princesa, color hueso, sin tirantes y con un corsé atiborrado de pedrería, atrae las miradas de solteras y comprometidas.

Por eso La Lagunilla es reconocida como el lugar que garantiza que toda novia que porte un vestido de este peculiar sitio, lucirá como una verdadera princesa sin la necesidad de hacer sufrir a su bolsillo y al del futuro esposo. Los precios de dichas prendas van desde los mil quinientos hasta los treinta mil pesos.

Es mediodía y los pasillos del mercado comienzan a llenarse. Decenas de mujeres caminan lentamente mientras observan la prenda que vestirán el día que escuchen la marcha nupcial al entrar a la iglesia. Sonríen tímidamente y señalan uno, dos o tres vestidos que les llenaron el ojo. “¿Para cuándo es la boda?”, es la pregunta recurrente de los marchantes hacia toda aquella fémina que se atreve siquiera a poner un pie en su negocio.

Entre los pasillos también se escucha el “¿qué va a llevar joven?, tenemos todas las tallas ¿es para boda o divorcio? Pregunte”, frase que arranca carcajadas de más de uno de los novios que deciden acompañar a su futura esposa en la compra de su vestimenta.

Pero no todo es casarse de blanco. La Lagunilla viste a las prometidas que gustan del jaripeo y las botas charras. Un vestido de novia estilo mariachi, color blanco de corte princesa, con sombrero y herraduras amarillas bordadas en el frente, llama la atención por su singular colorido. ¿Quién se atrevería a ponerse eso?, murmuran.

Vestir a una novia no es cosa fácil y José Rubén Dehesa lo sabe. Desde hace 32 años se levanta todos los días con un solo propósito: de su tienda, “Danela Novias”, debe salir la prometida más glamurosa y hermosa de La Lagunilla. A él no le importa si su clienta es delgada o llenita, alta o bajita, él logrará que los vestidos resalten cada uno de sus atributos.

“Ahora las barbies vienen más llenitas”, dice con una sonrisa mientras se observa en el enorme espejo, ése que aguarda el dulce reflejo de la novia, aquella que saldrá de entre los probadores. Para el ingeniero textil es importante que sus clientas conozcan su cuerpo y estén conscientes de lo que les queda y lo que no. “Una mujer pequeña con un vestido de sirena es un charalito”, menciona sin poder contener la risa.

Tampoco se trata de decirle al cliente que está gordo, asegura el también asesor de moda, pero sí hacer esa labor de psicólogo y persuadirlo para que elija una prenda que le siente como un guante, aquella que resalte cada centímetro de su cuerpo.

José Rubén está consciente de que las novias están en peligro de extinción; cada vez son menos las mujeres que asisten a su boutique. Antes vendía ochenta vestidos al mes, ahora sólo sesenta; atrás quedaron los tiempos en que disfrutaba de ver su tienda abarrotada de clientas que deseaban hacer suyas las prendas traídas desde Nueva York. “Tuvimos vestidos que se pagaban en euros”, asevera. ¡Qué tiempos aquellos! Ahora todo es distinto.

No importa qué tan oscuro se vislumbre el abismo, José Rubén no pierde la sonrisa de su rostro, y menos esa pasión que se desborda de sus labios cada que se le cuestiona sobre moda, telas, tendencias, colores y diseñadores; el septuagenario es feliz al estar rodeado de vestidos y glamour pero sobre todo, porque sabe que es parte de la felicidad de una mujer y del enorme compromiso que representa el saber que serás amado y respetado hasta el último día de tu vida.

Los vestidos aguardan pacientemente la llegada de la novia que dará vida a unos trozos de tela; irradian belleza cada que una posible compradora se acerca a ellos; es difícil no voltear a verlos cuando la pureza de su color acapara cada centímetro de la mirada. Ahí están, dispuestos a formar parte del sueño de amor de aquella mujer que decida decir, ante los ojos de Dios y del mundo, “sí, acepto”

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Periodista con gusto por la antropología. Escribo hasta que las palabras se me agoten. Amante de la fotografía, los viajes y las letras. Busco contar historias que vayan más allá de un "érase una vez". He colaborado en sitios como Notimex, A21, Contacto en Medios y el GACM.

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