Carlos Amiltar, a migrant from Honduras, rests as he waits for a train traveling north, in Lecheria, Mexico, Thursday, May 17, 2012. Every year, tens of thousands of Central American migrants embark on the dangerous journey through Mexico to try to cross into the U.S. (AP Photo/Alexandre Meneghini)

La soledad de ser el otro

Todos somos migrantes. Somos seres vivos en constante movimiento y buscamos nuevos lugares, nuevos hogares, nuevos refugios. Nos encanta encontrar ese pequeño rincón en el que la vida sea más llevadera, aunque eso nos haga alejarnos de la comodidad, de lo que conocemos.

Salir de la tierra de uno significa voltear de vez en cuanto hacia atrás y encontrar que el pasado marca y en el presente se lucha. Porque nadie, ni nada garantiza una oportunidad. ¿Cuántos sirios no deben de anhelar con el día en que vuelvan a las calles en las que alguna vez crecieron? ¿Cuántos irlandeses no lloraron mientras añoraban los atardeceres en Cork y Dublín, y se conformaban con el nuevo paisaje de América del Norte?

El silencio ensordece al migrante, porque llega a una tierra en la que él no es nadie. No significa nada y nadie le estima. De la comodidad del barullo familiar se llega a la violencia pacífica del más rotundo silencio.

Las nuevas costumbres se encumbran sobre lo que antes era común hacer. Bien dicen que las leyes son esos enunciados que sólo respetas cuando estás en el país de otros. ¿Cuántos cameruneses no extrañan poder entrar a la casa del vecino y disfrutar de un desayuno a base de plátano y frijoles? ¿Cuántos mexicanos no se dan de topes por no poder encontrar tortillas decentes en cualquier lugar fuera de su vecindario?

La añoranza lastima los recuerdos, y en buena medida, los engrandece. De pronto, los problemas de los que escapaste no parecen tan malos, la vida pasada es una película de oro que merece ser vista una y otra vez. El terruño es el terruño y la gente no se asombra de su lealtad hacia él hasta que ya no puede habitarlo. He visto venezolanos luchar por el bienestar de la gente de su patria, mientras están sentados en escritorios canadienses y cafeterías mexicanas. He fotografiado cameruneses que escuchan con fervor el himno de su nación mientras viven en el exilio.

Todos somos migrantes porque ésta es una cualidad intrínseca a nuestra forma de ser. Todos somos migrantes porque el odio, el hambre, la falta de una oportunidad –una sola, sólo se necesita una–, y los sueños de grandeza nos orillan a escapar. Todos somos migrantes porque nos ilusiona el horizonte pero nos aterra llegar a él y no poder volver. Todos somos migrantes porque deseamos vivir.

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