Las agendas mediáticas que dirigen el mundo

Cada que hay un atentado terrorista en Europa Occidental sucede un fenómeno social muy interesante en las redes sociales en el mundo: los que piden solidaridad para los afectados europeos y los que tachan a todo mundo de hipócritas por olvidarse de todas las víctimas de la violencia en otras regiones del mundo como África, América Latina y Medio Oriente.

Pero, ¿por qué nos olvidamos de la violencia que sucede en ciertas regiones del mundo y la dejamos en segundo –o tercer– plano?

Ante el avasallamiento que tenemos diariamente de los medios internacionales, normalizamos la violencia. Como dice el Guasón en la segunda película de la trilogía The Dark Knight de Cristopher Nolan: Si mañana le digo a la prensa que algún pandillero será asesinado, algún convoy de soldados va a explotar, no van a alterarse. Porque todo es parte de un plan. Pero cuando digo que un insignificante alcalde morirá, todo el mundo pierde la cabeza.

Estamos tan acostumbrados a que haya violencia, muerte, asesinatos, explosiones, guerra e incertidumbre en Medio Oriente que cuando escuchamos en las noticias que hubo un nuevo atentado terrorista en Beirut, o que la ofensiva del Estado Islámico asesinó a equis número de personas en alguna remota región de Siria o Irak, nadie pestañea. Es lo normal, lo que todos ya esperábamos que sucediera.

Pero cuando este tipo de eventos ocurren en países que son vistos como pacíficos como lo son la Unión Europea, Australia y Canadá, la gente automáticamente entra en un estado de shock. Es el mismo estado que tuvimos en 2001 cuando sucedieron los atentados contra las Torres Gemelas. Es algo que se sale del guion, que no sigue la pauta establecida por lo que nosotros consideramos como normal.

Obviamente también está la agenda política: las agencias de noticia, los periódicos, las televisoras y los mismos gobiernos reaccionan de manera distinta cuando ocurre un atentado en Manchester a cuando ocurre uno en Alepo. Es mucho más lucrativo escribir un reportaje sobre lo acontecido en una arena musical tras el concierto de un nuevo ícono pop que buscar una historia sobre la gente que busca escapar de los horrores de Medio Oriente. De nuevo, como uno de estos eventos es visto como normal, los lectores no prestarán mucha atención. En cambio, el otro, al sentirlo tan cerca a uno, apela al sentimiento y obliga al lector a pasar la mirada una y otra vez por las letras que reviven un atentado inimaginable.

Recordemos, por ejemplo, el ataque de París el 13 de noviembre de 2015: aquel día, murieron 130 personas como resultado de distintos y bien planeados golpes contra los ciudadanos de aquella ciudad. Fue el evento que catapultó al Estado Islámico como la nueva fuerza del terror a nivel mundial. Todos los periódicos hicieron cobertura de este evento durante al menos dos semanas y le siguieron la pista a la cacería humana de los autores intelectuales de dicha matanza. Lo que la gente olvida es que, un día antes, en Beirut, Líbano, también hubo un atentado terrorista, en el que murieron 43 personas y quedaron lesionadas más de 200. ¿Quién reivindicó dicho ataque? También el Estado Islámico.

Cuando somos testigos de tanta violencia, la comenzamos a normalizar. Lo que debería ser una llamada de auxilio, se convierte en un barullo más entre tantas discusiones bizantinas. Cerramos nuestros ojos ante la carnicería que es buena parte del mundo (nuestro país incluido). Y sólo los abrimos cuando nos dicen que, en un concierto al que asistieron miles de niños, un terrorista se inmoló y se llevó consigo a al menos veintidós personas. Volvemos a cerrar los ojos y nos olvidamos que anualmente miles de niños mueren por actos de violencia en todo el mundo. Pero ellos no son la excepción a la regla: son la norma.

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