#TodosSomosMigrantes

Entender las razones por las que migramos es buscar comprender los instintos básicos de supervivencia que tenemos en nuestro interior. Cambiamos de hogar porque es la única forma que tenemos de continuar con vida.

Muchas veces se convierte en el último recurso del que se encuentra en una situación de peligro inminente. Y como el mundo nunca será un sitio utópico en el que las oportunidades, los alimentos, la salud y hasta el clima sean iguales para todos, la migración continuará existiendo.

Acorde a la Organización de las Naciones Unidas (ONU), entre 2015 y 2050, se espera que haya un flujo migratorio de más de 90 millones de personas que saldrán de sus hogares en países en vías de desarrollo hacia nuevos futuros en América del Norte, Europa y Oceanía. Esta situación, la cual ya vivimos diariamente, ha desencadenado una crisis humanitaria –que muchos llaman sin precedentes– en el mundo.

Como señaló Javier Colomo en su texto Las migraciones regionales del mundo en el siglo XXI, la migración del siglo XXI “tiene su origen en los irreversibles desequilibrios de los países pobres, por lo tanto son movimientos migratorios estructurales y mundiales, al igual que no responden a un proceso histórico coyuntural sino profundo, por lo que una vez iniciados su persistencia en el tiempo será muy larga”.

Y las migraciones de un gran número de países a un menor número de regiones desencadenan, en consecuencia, una ola de racismo. Es, hasta cierto punto, un vestigio de nuestro antepasado territorial: ningún animal –dígase un perro, una manada de leones, una manada de algo más, etcétera– en el mundo quiere que otro espécimen de su misma especie habite en el mismo espacio que él. Lo mismo sucede con los seres humanos: muchas veces vemos al recién llegado como un intruso, lo rechazamos porque ocupa el mismo espacio que antes de él estaba libre para nosotros. Somos nosotros contra ellos.

Por eso vemos una revitalización de la extrema derecha en los países de primer mundo. Un buen porcentaje de la gente en Francia, Alemania e Inglaterra ven a los inmigrantes de Medio Oriente y África como la causa de muchos problemas, como la falta de trabajo, el crimen y el terrorismo. Un buen porcentaje de la gente en Estados Unidos ve a los inmigrantes de América Latina como la causa de muchos problemas, como la falta de trabajo, el crimen y el uso de drogas. Un buen porcentaje de la gente en México ve a los inmigrantes de Centroamérica como la causa de muchos problemas… y así sucesivamente.

Los problemas que no queremos ver en nosotros, los buscamos en chivos expiatorios que sólo buscan una mejor oportunidad.

Y al final, llega un círculo vicioso: los que habitan en países que reciben a inmigrantes, rechazan a los inmigrantes. Los inmigrantes se sienten rechazados, excluidos, discriminados, odiados. Los inmigrantes odian, culpan, y traman contra todos aquellos que los odiaron y rechazaron.

Algunos de estos inmigrantes buscan la forma de salir del horror de su vida diaria y buscan venganza sobre aquellos a los que, ellos creen, son los culpables. Y así nacen muchos de los nuevos integrantes del terrorismo y el crimen organizado. Que quede claro: no generalizo, ni digo que todos los seres humanos son así. Son la minoría los que discriminan, y son la minoría los que odian. La mayoría de las sociedades conviven en armonía.

Éste es el problema y el milagro de la interacción humana. Nunca dejaremos de movernos, nunca dejaremos de buscar un mejor sitio para sobrevivir. Nunca nos podremos abrazar todos juntos como hermanos, porque siempre estaremos sujetos a nuestras percepciones. Y los antagonistas siempre existirán. Porque siempre la vida se simplificará a dos pequeñas y brutales facciones: ellos y nosotros.

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