Vivir en Venezuela (Parte IV)

24 abril, 2019

En los últimos 20 años, Venezuela ha estado bajo la sombra del gobierno Bolivariano impuesto por el entonces presidente Hugo Chávez Frías y continuado por el actual régimen de Nicolás Maduro. Esta revolución intentaba cambiar por completo el panorama del país dirigiéndolo a crear un sistema político propio y lograr un nuevo socialismo.

Lo que representaba una nueva luz para el pueblo; otorgándoles participación, autonomía, progreso y lucha encarnecida contra la corrupción y pobreza; se convirtió en un régimen de terror que actualmente convierten a Venezuela en una dictadura de opresión y silencio, llena de hambre, sed, enfermedad, así como demás carencias básicas.

En FrojiMx recopilamos una serie de testimonio de jóvenes venezolanos, quienes nos cuentan cómo es la vida diaria en este país sudamericano, esta es la última de cuatro partes. 

Dark Challenge

Siempre me ha parecido curioso cómo la gente actual se distrae cumpliendo con los retos en tendencia de las redes sociales a nivel mundial, ya sea por el “Antes y el Después” o el #TeenChallenge.

Sin embargo, vivir en Venezuela es un reto constante que nos entretiene a todos porque lo que está en debate no es nuestra atención sino el resguardo de nuestra propia vida.

El Apagón Nacional, ocurrido el jueves 7 de marzo, a causa de la falta de mantenimiento del sistema energético, mantuvo a Venezuela a oscuras por más de 50 horas. Fue el reto de supervivencia más catastrófico que padecimos todos los venezolanos, el cual nombro como el #DarkChallenge.

Me llamo Steward Pacheco, tengo 25 años y vivo en Guatire, una ciudad-dormitorio a tan sólo 30 minutos de Caracas. La forma de trasladarse es a través del transporte privado (medianamente eficiente pero muy costoso), el transporte público (económico pero ineficiente) o por vehículo particular (que casi nadie tiene pero los que tienen, corren el riesgo de gastar los repuestos que no se consiguen por falta de divisas).

No existe metro, ni modo de transporte alternativo, por lo que mi vida particular no está sujeta a un horario laboral o estudiantil, sino al transporte.

FOTO: EFE

Para el día jueves 7, la luz se fue entre las 17:00 y 18:00 horas, causando que no solo estuviéramos a oscuras, sino que tampoco contáramos con el servicio del agua, problemática que en la actualidad sigue presente.

Antes del evento oficial, ocurrieron diversos apagones intermitentes que tanto mis padres como mi persona, no le prestamos tanta atención.

Aquel día mi papá estaba emocionado porque tenía un evento importante, iba a dar su primera clase de ejercicio funcional en la urbanización donde vivimos, pero debido a la falta de electricidad, se tuvo que cancelar.

Pese a la situación, nos mantuvimos optimistas, es decir, pensamos que la luz volvería en unas horas o más tardar al día siguiente. Usualmente lo máximo que se ha ido la electricidad ha sido ocho horas y creímos que lo que estaba sucediendo entraba entre ese rango de normalidad. Sin embargo, no fue así.

Al día siguiente no regresó, solo volvió a la 1 de la madrugada del sábado 9  para jugar con nuestras esperanzas porque se volvió a ir al mediodía del día siguiente. A partir del domingo en la tarde fue que regresó, y a pesar que presentó ciertos bajones, la luz había comenzado a estabilizarse.


FOTO: EFE

Al estar en contacto con la completa oscuridad, me di cuenta que la situación no era tan fácil como pensaba. Presumía estar acostumbrado a ello, a las penumbras, porque es regular que se vaya la luz, pero esta vez fue diferente.

Durante el día, junto con mi familia buscábamos la manera de atacar el aburrimiento, hablando o jugando juegos de mesa, pero al caer la noche, mantenernos entretenidos no era tarea sencilla.

La oscuridad desmotiva, agudiza la tristeza, profundiza el encierro y se agrava a través de la crisis que vivimos en el país, que según la realidad de cada familia, las penurias y el abismo infernal se complejizan sin saber hasta cuándo se puede sobrellevar.

Recuerdo que esa noche fue más oscura de lo normal. Había ausencia de luna y de las estrellas, sin contar que todo estaba nublado, por lo que no podíamos ver absolutamente nada. Me pareció que hasta el mismo cielo sabía cuan oscura era nuestra realidad.


FOTO: EFE

Pudimos cocinar por medio de la luz de los celulares, confiando en no quemarnos y en no agravar la miopía. Cocinamos a través de un horno a gas, de esos que se pueden transportar con facilidad.

No sufrimos del miedo de muchos, de que la carne o el queso se nos dañaran en la nevera, porque nuestra comida es escasa. No supe si alegrarme o entristecerme por este hecho.

Estar encerrados en un apartamento de noche, sin electricidad y sin salir por miedo a la inseguridad, nos hizo sentir que no estábamos en nuestro hogar, sino retenidos en una especie de prisión o cueva. Lo único entretenido de esa noche fue que mi hermanita pequeña, que es nerviosa, se asustó al confundir una sombra con otra cosa, producto de la luz de los móviles.

Al día siguiente, no lo soportamos más, decidimos aprovechar la luz diurna y salir a pasear por la residencia. Logramos sentarnos en nuestro puesto de estacionamiento, aunque no tengamos vehículo, porque no teníamos otro lugar en el cual estar.


FOTO: EFE

Al rato de estar allí sentados en unas sillas plásticas, viendo pasar a los vecinos con cacerolas en la mano que a modo de protesta y de desahogo, drenando la rabia, la tristeza y la impotencia de vivir tan míseramente. 

Una vecina se nos acercó y nos contó que los vigilantes habían renunciado esa tarde y que sólo había un par de vecinos custodiando la entrada principal que se encontraba abierto el portón de par en par.

Preocupados por esta situación, mi mamá fue a buscar a la secretaria del condominio, con quien posee cierta amistad y que puede tener la edad de mi abuela, para verificar esta situación. Efectivamente, cuando las acompañé a ambas a la entrada, nos dimos cuenta que sólo se encontraban tres o cuatro vecinos que ayudaban a custodiar la residencia. Sin embargo, fueron integrándose más vecinos, estimo por lo menos unos 20 0 30 quizá de casi 500 viviendas, donde cada edificio posee 16 apartamentos, cuatro por piso.

De ese reducido grupo de vecinos empezaron a discutir las posibles soluciones a tomar, puesto a que nadie quería ofrecerse de voluntario para custodiar la entrada, porque la mayoría tenía miedo de la inseguridad. No es un misterio para nadie que este factor existe y que ha sido protagonista para diversos escándalos dentro de la residencia. Entre tantos sucesos, recuerdo tres hechos ocurridos que fueron relevantes para mí:


FOTO: EFE

El primer hecho fue el asesinato de un vigilante que estaba cumpliendo con su labor. El hombre le pidió a un propietario, en las altas horas de la noche de un día laborable, que bajara el volumen de la música o sino tendría que llamar a la policía. El vigilante obtuvo su respuesta: un disparo en la caseta de vigilancia.

El segundo hecho fue un vecino de mi edificio, que hace un par de años lo venían persiguiendo para secuestrarlo. Esa noche iba llegando a la residencia en su carro junto con su esposa e hijas con tal velocidad que se llevó el portón de la residencia.

El tercer y reciente evento ocurrió a tan solo unos pocos días después del concierto Venezuela Aid Live, se debió a la entrada nocturna de la FAES (un cuerpo de seguridad del país, similar a la guardia nacional) en la residencia que presuntamente estaban buscando a un sospechoso pero al no encontrarlo, dispararon al aire, provocando que un grupo de niños que venían regresando de un juego de básquet se resguardaran, pero que lamentablemente a uno lo alcanzaron las balas.

Debido a estos hechos nadie se ofrecía a cuidar y vigilar la entrada principal, porque en las cercanías de la residencia se encuentra un barrio peligroso, donde salen malandros y colectivos en motos a robar. Por lo que la sugerencia de algunos vecinos era tocar de puerta en puerta y llamar a más vecinos, mientras que otros propusieron que le colocaran un candado al portón, pero sorprendentemente nadie de los presentes tenía candado.

La decisión final fue que unos poco vecinos custodiarían hasta medianoche y que cada quién estuviera pendiente de su auto, ya que nadie se dispuso a colaborar.

Llegó el sábado y hasta donde sé no ocurrió nada relevante. Gracias a Dios, tuvimos luz eléctrica hasta casi la 1:00pm. A pesar que el internet estaba fallando, pudimos enterarnos que debido al apagón, habían muerto más de cien personas en clínicas y hospitales, entre ellos se encontraban ancianos, niños recién nacidos en incubadoras y demás pacientes con diversas enfermedades.

Supe del caso de un primo de una amiga cercana a quién le había dado un ACV el sábado antepasado y lo tuvieron que “ruletear” entre hospitales, porque en algunos no habían médicos que lo atendieran debido a que “estaban de carnaval” o no poseían los tratamientos que requería.

Luego de enterarme de esto, se fue la luz y regresó el domingo pero aun así, seguíamos sin agua. Desde que la luz llegó tomé la decisión de no leer más noticias, porque sé cómo son, sé lo que dirán, sé que cada una de ellas me reflejará la dura realidad en la que me encuentro y que quiero salir de ella lo antes posible. También sé que al leerlas, encontraré preocupación, mortificación y daños a mi mente.

Sigo pensando en las consecuencias que provocó este apagón, fue un suceso tan terrible en Venezuela que, ni en mis 25 años de vida, ni en los casi 45 años que posee mi mamá habíamos vivido algo similar.

Afortunadamente, el lunes 11 vino un camión cisterna de los bomberos para distribuir agua a la comunidad, de allí, pudimos abastecernos un poco.  El martes 12 de marzo, entró un camión más pequeño en la residencia pero esta vez no logramos abastecernos por el exceso de cola. Por lo que tuvimos que ir a una calle donde estaban llegando y de allí si pudimos llenar completamente nuestras provisiones.

El miércoles se suponía que debía llegar otra vez el pequeño camión cisterna a la residencia pero pasaron un comunicado que no vendría, dado a que en pocas horas llegaría el agua a las tuberías. Aún seguimos esperando, luego de estar casi una semana sin agua.

Y ante la espera, solo pienso que no deseo que este suceso se normalice, así como ha sido las interminables colas para comprar comida, para cambiar una bombona de gas o para tomar un bus para trasladarse a Caracas, la capital, sólo por mencionar unos ejemplos que han modificado mi vida y me han imposibilitado progresar, solo me han permitido ser un superviviente en un constante DarkChallenge.

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Si fuese un personaje de película, sería esa chica que no para de beber café, se despierta con jazz por las mañanas y vive sumergida en Florencia
Comunicologa organizacional. En mis ratos libres soy la Mujer Maravilla

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