Yeso y ojos de cristal: el nuevo poder

Los Hijos de la Malinche plasmó, con delicadeza y veracidad, al mexicano en un lienzo en los años cincuenta, década en la que se hablaba de progreso y modernidad. Hoy, ése lienzo está cubierto de sangre y lágrimas. Como afirmó Octavio Paz en El laberinto de la soledad, el mexicano no quiere ni se atreve a ser él mismo, busca modelos a seguir, niega su individualidad y la reduce a lo genérico, a lo común.

Ahora, el modelo es un maniquí con cara perfectamente cuidada, sonrisa permanente y dientes de diamante; ojos cristalinos, peinado impecable y largo flequillo; traje elegante, zapatos boleados y cuerpo delgado. La sociedad mexicana ha valorizado, arraigado y aceptado a estos seres plásticos, relucientes y carentes de materia gris. Ha dotado de vida a maniquíes sin habilidades y valores, que sólo tienen una meta: dominar. El porqué de su poderío asombra a propios y extraños porque a pesar de la malicia que irradian se sigue creyendo en ellos y su “capacidad”, que debe entrecomillarse por obvias razones.

Jaime Avilés desnudó a los políticos de hoy y de siempre en su obra La rebelión de los maniquíes, texto que refleja una pesadilla convertida en sueño, un trago de verdades, amargas para sorber de ellas pero necesarias para subsistir. Retrata una sociedad anonada por muñecos con clara sed de poder, de dominio, de riqueza pero no empáticos sino indiferentes ante la realidad del pueblo, ése que sólo necesitan para alcanzar la cima y que después abandonarán a su suerte.

Los mismos maniquíes se han encargado de imponer la historia, y la rebelión de ellos acecha al mexicano de una manera atroz, incalculable en muertes y oculta tras los jefes del poder. Nadie puede dudar de una persona bien vestida, de traje, con estudios en escuelas de prestigio, proveniente de una familia honorable y con buena estabilidad económica. Parece ser que ahora, el corazón de la delincuencia tiene cara de maniquí y alma de político.

El creador de esta monstruosidad debe sentirse orgulloso porque no cualquiera crea un muñeco simpático para las multitudes y guapo para las féminas con el único fin de sentarlo en una silla, para ahí manipularlo.

El maniquí sólo ve, no observa. Ve paraíso donde hay infierno, amanecer en vez de penumbra. No hay lugar para su infelicidad. Las llamadas revistas del corazón reflejan la vida de ensueño de los muñecos. Decenas de páginas se hojean sin cesar y deslumbran la mente de personas que están destinadas a desear lo prohibido. Carros últimos modelo, outfits del mejor diseñador de Europa, casas “modestas” en Lomas de Chapultepec con un precio de 86 millones de pesos son sólo algunas de las cosas que los maniquíes presumen de la manera más frívola y “honesta”, porque aseguran que poseen estos objetos por su arduo trabajo.

A pesar de conocer su incapacidad intelectual, profesional o humana, el pueblo sigue creyendo en ellos. No importa cuán peligrosos sean, los maniquíes son vitales para existir, sin ellos no hay modelo a seguir, un sueño por cumplir, alguien en quien creer y, sobre todo, en quien confiar. Orgullo y carisma son sus principales armas.

Bien decía Weber que el carisma es fuerza revolucionaria, capaz de convencer y dominar masas, lleva a cabo cambios en la mente de los actores lo que ocasiona una alteración de las actitudes y acciones del individuo. Lo peligroso es cuando el carisma se convierte en una cualidad sobresaliente y se trata a la persona con dicha aptitud como un súper dotado de poderes sobrehumanos.

La rebelión de los maniquíes dibuja un futuro que es continuo en México y más ahora con tanto muñeco que gobierna en cada una de las entidades del país. Los maniquíes están destinados a no desaparecer, a permanecer en el recuerdo, porque es cierto, hay demonios de los que no se pueden escapar ni encontrar escondite alguno. Ellos llegaron para quedarse.

Eso sí, nadie los extrañará cuando se vayan. Serán despreciados y su sólo nombre causará repulsión. El día que se llegue a conocer la muerte de un maniquí se hará un carnaval.

La rebelión de los maniquíes refleja un México de máscaras que al mismo tiempo reverbera un rostro real; sociedad que es y no es al mismo tiempo; contradicción pura; afirma pero niega a la vez. Laberinto de desconocimiento del yo. Ser otro y no ser uno mismo es la muerte cuando aún hay vida. La paradoja de parecerse para ser distinto.

La esperanza es el sentimiento que renace de las penumbras ante un México que se resiste a abandonar la ingenuidad y termine por arrancar de sus vidas a los muñecos de yeso y ojos de cristal que tanto daño le han hecho. El pueblo está destinado a vivir con ellos en su casa, en la escuela, en la calle, en la presidencia. El primer paso y el más importante para destruirlos es renunciar a ser como ellos, dejar de ser un maniquí en vías de desarrollo.

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Periodista con gusto por la antropología. Escribo hasta que las palabras se me agoten. Amante de la fotografía, los viajes y las letras. Busco contar historias que vayan más allá de un "érase una vez". He colaborado en sitios como Notimex, A21, Contacto en Medios y el GACM.

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