Los feminicidios no cuentan, pero cuentan y ya no queremos seguirlos contando.
Al sentarme hoy a redactar para que conozca a Xóchitl Ivette, me pregunto, ¿por qué no voy en busca de historias de vidas? las que deberían contarse en vida, debería conocer y narrar las historias de cada mujer que voy conociendo, sus sueños, sus alegrías, sus llantos por el desamor, o tal vez su decepción por la traición, su largo caminar por sacar a sus hijos adelante, saber de su esfuerzo para ayudar un poco a sus padres ya cansados, que me contaran sobre sus amigas y como entre ellas charlan picosamente de sus vidas en pareja, o comparten sus llantos con una buena copa de vino, o una cerveza, tal vez que recordarán ese primer beso la alegría de sentir “mariposas en la panza” por la primera vez que se enamoraron, el nacimiento de su primer hijo, los achaques del embarazo, o la decisión de no tenerlos y adoptar mascotas como hijos, quisiera escucharlas a ellas, verlas, palparlas, conocer sus gestos, su risa, su enojo, observarlas otra vez florecer ante la posibilidad de un nuevo amor, de comenzar otra vez, de volver a confiar en un hombre con el que lo único que buscan es compartir su vida, su historia, un hombre que las ame, que las acompañe, que las deje florecer, crecer, ser ellas mismas, lamentablemente las historias que les cuento cada semana en este espacio, son de muerte, de traición, de engaño, de dolor, de depredadores, y me siento a redactar imaginándolas, cerrando los ojos para tratar de percibir esas sonrisas, ese carisma que las familias me cuentan, porque a ellas jamás las conoceré, solo veré sus fotos, sonrientes, llenas de vida, abrazando a sus perros, a sus hijos, a sus mamás, a su historia, solo seré una vez más la extensión de la voz de una mujer que fue acallada, que fue rota.
Aarón entró a su casa ese martes 8 de agosto de 2017, al llegar al lugar donde compartía la vida con su mamá y un sujeto que un año y medio atrás había llegado a vivir con Xóchitl, la casa estaba vacía, no había nada era como si se hubieran mudado de ahí, Aarón se asustó al momento llamó a su mamá, solo el buzón de voz contestaba, el temor se apoderó del menor hijo de Xóchitl Ivette, quien llamó a una de sus tías para conocer si sabían algo; la respuesta fue negativa, le dijo que buscará a su mamá que tal vez ahí estaba; al buscarla Aarón alcanzó a ver los pies de su mamá, inmóviles, el menor salió corriendo asustado a casa de su abuelita Rufina, que vive a unos 5 minutos de distancia.
Xóchitl Ivette Ávalos Díaz nació el 10 de febrero de 1973, hasta los diez años era llamada “Amor”, era la más pequeña de una extensa familia de diez hermanos, durante diez años fue la bebé de la familia encabezada por doña Rufina Díaz Espinoza, una mujer hecha de buena madera, la cual vendiendo tortas sacó adelante a sus diez hijos, siempre digna, firme, luchona, de las mujeres que no le tienen miedo a la vida, su orgullo son todos sus hijos, pero Ivette era la más bonita, la más alegre de las mujeres de esta familia, la tía favorita y la mamá dura pero a su modo amorosa, que siempre les mostró a sus dos hijos que la vida debe ser vivida con sobriedad.
La familia completa de Xóchitl se concentró en su casa, donde ese 8 de agosto, Aarón, su hijo, la había encontrado asesinada, desecha a golpes, estrangulada, “no era ella, la dejó irreconocible”; Luis, el hijo mayor de Xóchitl, es un chico independiente, a pesar de que ya no vivía con su mamá y su hermano, todos los días hablaba con ella, si no por llamada, por mensaje, fue el último en recibir un mensaje de Xóchitl, que a su modo le hacía saber que lo amaba, que junto con Aarón era lo más importante para ella.
“Ya nos vamos a dormir”.
Luis estaba mensajeando con su mamá a las doce de la noche de ese ya 8 de agosto cuando repentinamente le escribió: “Ya nos vamos a dormir”; fue un mensaje sin mensaje, que no era de ella, “siempre me decía ‘descansa, nos hablamos mañana’, ese día no”.
Luis pensó que tal vez ya estaba de verdad muy cansada, sin más durmió, despertó y fue a la Universidad, a las 17:00 horas su hermano menor le llamó para pedirle que se trasladará a Ciudad Azteca, Ecatepec, estado de México, la llamada lo preocupó, se dirigió al domicilio de su mamá, al llegar ya estaba la casa rodeada de policías, toda la familia de Ivette estaba reunida ahí, las palabras retumban en la cabeza de Luis, “Tú mamá está muerta, Francisco la mató”, las palabras que nunca esperas escuchar, las que te dejan sin aliento, golpeado como si chocaras con una puerta enorme de cristal sin esperarlo, tanto que el ruido aún aturde, la explosión de miles de pequeños trozos de vidrio se encajan en tu piel de tal manera que dejas de sentir y conforme pasa el tiempo empieza a desgarrar.
Xóchitl se casó a los 22 años, conoció al padre de sus hijos del que se enamoró y con quien tuvo una relación llena de mimos, comodidades, amor y respeto; el 2 de agosto de 1995 nació su primer hijo, Luis, Aarón el segundo el 2 de octubre de 2001, su vida era perfecta dedicada a sus pequeños, sin problemas económicos, ayudando cuando podía a alguna de sus hermanas, siempre empática con aquellos que menos tenían, aun con todos esos privilegios que la vida le otorgaba no dejaba la sencillez de su corazón, su carisma, la felicidad la irradiaba, todo era perfecto para ella, recuerda su madre Doña Rufina que con cariño trae al presente a quien fuera el esposo de su hija, “siempre fue bueno con ella, la amaba mucho”; la vida dio un giro de esos que no se esperan y menos se desean, hace seis años el padre de Luis y Aarón, y esposo de Ivette, se enfermó y falleció; ante los hechos, Ivette, con el dolor de perder a quien la amaba, siguió adelante; “hasta alitas vendía afuera de su casa para mantener a sus dos hijos y no truncar su vida por la falta de su padre”.
Xóchitl entró a trabajar, su vida continúo entregada a su familia de origen y a sus dos hijos, quienes siempre se han mantenido juntos, cada domingo la casa de doña Rufina se llenaba de hijos, nietos, los perros de Xóchitl, Drago y Capuchino, las navidades siempre se reúnen en la casa de quien siempre ha sido el roble que no se cae, ese árbol lleno de sabiduría y fortaleza; así transcurrieron los años después de que Xóchitl enviudara, con el corazón lleno de bondad su familia la recuerda carismática, difícilmente se le veía enojada, así era ella.
Xóchitl Ivette conoció a Francisco Mendoza Gómez hace poco más de tres años; ella tenía entonces cuarenta, inició una relación con él, la cual no tenía el visto bueno de la familia, algo no les gustaba de Francisco, sin embargo, Xóchitl ya era una mujer adulta que podía tomar sus propias decisiones, por lo que la familia se limitaba a observar, doña Rufina recuerda que ella sentía algo en el corazón sobre ese hombre.
Callado, taciturno, era como si no estuviera, cuando finalmente se fue a vivir a casa de Xóchitl y acudía a las reuniones familiares solo se limitaba a sentarse a lado de ella, daba la impresión de ser un hombre solo, no hablaba de su familia, ni de quien era, solo Xóchitl sabía el origen de ese hombre en quien confió.
Poco tiempo después de iniciar su noviazgo, Xóchitl y Francisco se fueron a vivir juntos, y desde el principio la familia de ella se dio cuenta que él era machista, era muy celoso. Ella no se veía enamorada, pero estaba tranquila, sin embargo, sus hermanas no entendían cómo alguien tan feo y de mal aspecto fuera pareja de Ivette, quien siempre se veía arreglada, guapa; a sus sobrinas les brincaba la duda de si era buen hombre, en ocasiones quisieron atreverse a preguntar, pero Xóchitl era muy reservada, y aunque contaba a veces ciertos detalles de su vida con Francisco, no era nada que prendiera las alertas, ni siquiera la de sus hijos.
Su madre está segura que siempre la manipuló hasta ha llegado a pensar que Francisco usaba drogas, nunca se atrevió a decirle nada a ella, solo en su corazón de madre siente que tal vez pudo haber cambiado la historia de lo imposible, el pasado, no entiende cómo es que logró enamorarla, ella era muy inteligente, hasta a los perros se ganó el sujeto.
La familia de Xóchitl la encontró asesinada ese 8 de agosto de 2017, amoratada, golpeada salvajemente, la dejó debajo de un mueble, se llevó todas las cosas de valor que había en casa, los perros no la defendieron porque confiaban en él, igual que Xóchitl, quien le abrió las puertas del corazón y de su casa; se relacionó con el hombre equivocado. Desde el día de los hechos, Francisco no está localizable, y cómo sucede regularmente, las autoridades del Estado de México no han siquiera investigado sobre él, no hay orden de aprehensión girada, ni nada que les dé la certeza de que quien están seguros que les arrancó a su hija, hermana, tía, madre, sea detenido.
Estoy sentada frente a mi computador narrando una vez más esta historia, una veladora acompaña la noche lluviosa que hoy logró que descendiera la temperatura, doy un sorbo a mí café, buscando las palabras correctas para hacer extensiva la necesidad de justicia que tiene la familia de Xóchitl.
Entonces pienso en ella, han pasado 20 días de aquella trágica tarde, las noticias que inundan los medios comerciales son banners y videos de Enrique Peña Nieto hablando de que lo bueno casi no cuenta, pero cuenta, queremos seguirlo contando; al escucharlo formo una frase diferente, los feminicidios no cuentan, pero cuentan y ya no queremos seguirlos contando.
La noche me da para soltar la rienda a mi imaginación, a mi mente viene la madre de Xóchitl, doña Rufina, una mujer menuda, ya mayor, que le habla a diario a la foto que tiene de su hija en la cocina, que le pide a su Dios mitigar ese dolor que la derrumba, el sufrimiento que logra que de sus pequeños ojos caigan lagrimas calladas, que corren a través de las líneas que pintan su rostro como pequeños ríos. Tocándose el corazón y tratando de contestarse por qué no le comentó a alguien de eso que con certeza no sabe qué era, pero que no le gustaba de Francisco.
Imagino a sus hijos, aun embotados por el dolor, que con pequeñas bromas tratan de mitigar, rememoro lo que me contaron cuando hace unos días Luis perdió un billete de 500 pesos, y al buscarlo, entre ellos explicaron, seguro es mi mamá que a pesar de que ya no está nos controla los gastos, y sonrieron.
Me viene a la mente la foto de Xóchitl pegada en la sala de la casa materna, sonriente, llena de vida, ignorante de saber el trágico final que tendría. La familia de Xóchitl como muchas en este país está rota, lastimada, herida, les quitaron a una de sus mujeres y tienen miedo, enojo, tristeza, impotencia, Francisco está libre, rumores de que lo han visto llegan, sin embargo, la zozobra los mantiene en medio de un brebaje de incapacidad, al no dar con quien arrebató la vida de la alegría de su casa.
Y mientras pasan los días en los que seguramente cada miembro de la familia de Xóchitl despierta con la esperanza de haber tenido una pesadilla, abren los ojos y se dan cuenta que no, que es la realidad, que no es un mal sueño e inician una vez más con la petición en redes sociales para localizar a Francisco, mientras que las autoridades incompetentes no investigan, no indagan, no hacen su trabajo, porque moverse dejar de lado el discurso es pedir demasiado a las autoridades, preguntarles que han hecho es evidenciar su falta de interés en solucionar el feminicidio de Xóchitl y cada uno de los que hay en la Capital del Feminicidio, es mostrar una vez más que la justicia sin dinero no existe, que la justicia es una utopía en México; mientras la lluvia cae y choca con la ventana, muchos de quienes leerán estas líneas, “indignados”, culparan nuevamente a Xóchitl, las frases ya suenan trilladas, “¿por qué no se dio cuenta?”, ¿por qué no se fijó quién era?”, como si ella hubiera pedido conocer al hombre que la asesinaría; nuevamente culparan a Xóchitl por su feminicidio.
Ante la hilera de líneas que salen de esta mujer quien teclea, nuevamente me cuestiono, ¿por qué tengo que contar sus historias cuando ya no están? ¿Por qué no busco historias rosas que no tengan dolor, ni muerte, ni traición? y nuevamente entiendo que contar sus memorias, esas que pocas veces se cuentan, es necesario para cada una de nuestras conciencias, que ya no puedo mantenerme impávida ante el desvanecimiento de las vidas acalladas, rotas, arrancadas de las mujeres en nuestro país, que es imperioso quitar los números para mostrar sus rostros.
Quieres contar una historia de feminicidio, desaparición, o intento de feminicidio búscame, ayúdame a visualizarlas.
@FridaGuerrera