Por Gilberto Lastra Guerrero/ Heridas Abiertas
El recuerdo de un ausente se materializa en el mundo transitado de lo cotidiano, en el pasado: en memoriales. La vida, antes ordinaria, ahora es incertidumbre por el destino plagado de tantas posibilidades funestas.
David Bermúdez, miembro de Aluna, asociación civil de acompañamiento psicosocial, afirma que con estos espacios “se trata de aludir a la presencia en las calles, en las ciudades; las ausencias que son un grito comunal de las familiares de un desaparecido. Una denuncia sublimada por el pariente de alguien que no está. Es un registro de las diferentes etapas de convivir con el paso del tiempo”.
La Plaza de los Desaparecidos es una herida abierta en la ciudad de Monterrey, Nuevo León. No apela a la memoria pasada, sino al reclamo presente como un grito silencioso, íntimo. Es el espacio que se percibe, pero que la burocracia neolonesa no voltea a ver. Sin embargo ahí está: rostros y nombres sostienen el lugar a la mirada de todos, del gobierno y de los frágiles ciudadanos ante los asaltos al destino.
Foto: Luis Alberto López
El 11 de enero de 2014, Fuerzas Unidas Por Nuestros Desaparecidos en Nuevo León (FUNDENL), con experiencia en la búsqueda y un mismo sentimiento de clamar a los muros del Gobierno investigar sin eco, fundaron la Plaza de los Desaparecidos para que cada vistazo que dé un funcionario público le recuerde la deuda que tienen hasta hoy. Ese año, el registro fue de 2 mil 315 ciudadanos sin paradero, para abril de 2023 la cifra asciende a 6 mil 510 en el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO).
Sobre los declives de cemento de lo que era una fuente, los rostros pintados en fondos de colores se observan desde cualquier punto cercano. En el centro, los nombres de los ausentes están grabados en cristal, porque son parte de la vista en la ciudad: su carne y hueso en vida, arrebatados. Hay una pequeña barandilla enfundada con fichas de búsqueda. Por debajo, a la vista, hay una cruz y la cifra del cisma de la estadística de quienes no están: +100 mil desaparecidos.
“No podemos dejar de nombrarlos. Porque lo que no se nombra no existe”, asegura Leticia Hidalgo, madre de Roy, sin paradero desde 2011. Por eso se resignifica el espacio público, para concentrar el reclamo de los familiares y que permanezca anclado al tiempo su imagen.
“Que siempre los ojos de los desaparecidos los estén viendo, que los sigan a donde vayan, y los llantos de sus madres nunca los dejen dormir”, sentencia Leticia.
La activista Leticia menciona que La Plaza de los Desaparecidos no es el único lugar resignificado para devolver la mirada a quienes no están. Sobre la calle Juan Ignacio Ramón, en 2019, varias organizaciones civiles erigieron otro monumento para visibilizar a mujeres desaparecidas y víctimas de feminicidio. E in situ, donde se vio por última vez a Brenda Damaris González Solís, en 2020, se levantó una efigie para hacerla presente.
En Hidalgo, un municipio rural a 40 kilómetros al norte de Monterrey, tras dos años de investigación, los buscadores dieron con un sitio de exterminio conocido como “El tubo” entre huizaches y gobernadoras. En la pendiente de un cerro, hallaron los primeros restos, a 216 metros, en una perforación para extracción de agua, y con prendas y credenciales constataron que había más restos. Alcanzaron hasta los 843 metros para rescatar al último, relata la señora Leticia Hidalgo. En “El tubo” se encontraron 10 mil restos humanos y se obtuvieron 17 perfiles genéticos de diez seres humanos reconocidos. Todavía resta por confirmar al menos cinco más.
Tardaron 155 días en el hallazgo, entre los cambios de estación, lluvia, sol, ventarrones, polvo, narra la madre de Roy. Antes de sellar “El tubo”, flores lanzadas por el ducto dieron color y vida a esa oscuridad. Una placa de cemento impide que sea utilizado de nuevo por delincuentes.
“Convertirlo de un lugar malo, o maldito, a veces dicen: en un lugar sagrado. Toda la maldad la cambiamos por todo el amor que se desbordó ahí”, rememora Leticia.
Afrontar al destino
Un árbol con fichas de búsqueda como si fueran hojas se marchita. Listones verdes y todas sus tonalidades anidan el mensaje de quien los espera. Sobre el tronco donde comienza la bifurcación se agolpa la mayoría de los trozos de tela alargados con los nombres de cada uno de los ausentes.
Los rostros permanecen intactos en las sombras hechas por las ramas agitadas por el viento. Durante años, familiares sin pertenencia a algún colectivo de búsqueda, colocan imágenes de sus seres queridos en la Alameda Zaragoza de Torreón, Coahuila, sin que nadie se dé cuenta.
Este memorial es el Árbol de la Esperanza. Así lo nombraron los integrantes Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos (FUUNDEC) desde 2015, cuando se alcanzó la cifra, hasta ese año, de 3 mil 247 ciudadanos sin paradero registrados en cifras gubernamentales.
El Árbol parece abandonado por autoridades, aunque no lo esté por los familiares de los ausentes. Es un compañero en el tiempo, dice Ixchel Mireles, esposa de Armando Tapia, de quien no tiene noticia alguna desde 2010. Cada estación del año es similar al estado de ánimo de los buscadores: “A ratos nos da esperanza y se pone verde cuando creemos que tenemos un dato —de su familiar—, o se caen las hojas. En ratos parece que está muriendo”, recalca.
Ese rumor de las ramas, durante el día y la noche, es la metáfora donde se ocultan los indicios para encontrarlos desde el momento que no supieron más de ellos: “El viento se los ha llevado y no sabemos dónde están”, testifica Ixchel.
A un lado del árbol hay una estructura negra, hecha de metal, que simboliza las trabas para el acceso a la justicia de las víctimas, como lo propusieron los miembros de FUUNDEC, pero también hay rectángulos vacíos, como cada persona a la que le falta un alguien, reseña Mireles.
Al final del invierno del 2022 se esperaban nuevas hojas del árbol, pero nunca reverdeció. Un hongo en las raíces lo mató, pero su tronco se preserva en una cápsula. Intentaron rescatarlo. Nada se podía hacer. Para los buscadores, la tristeza lo secó: lleva el fruto de la ausencia de todos. Ahora hay plantado uno joven, y florece la memoria con listones verdes. Lo rodean pequeños guardianes blancos de roca.
De otro lado de la Alameda Zaragoza, un par de rocas que fueron testigos silenciosos de las masacres en Patrocinio, en el municipio de San Pedro de las Colonias, Coahuila, a 65 kilómetros de Torreón y a unos 90 km de Estación Claudio, en el municipio de Viesca, Coahuila, dos sitios de exterminio donde se encontró bisutería de calcio, la última resistencia de esos seres humanos para persistir.
Las piedras están cubiertas por cristal, flanqueadas por túneles con los nombres de desaparecidos quienes sus familiares aceptaron que fueran grabados, asegura Silvia Ortiz, vocera de Grupo VIDA y madre de Fanny, buscada desde 2004: “No están todos. Son casi 300 nombres los que están ahí”.
Los túneles son una abstracción del paso de madres, padres o hijos e hijas por la búsqueda a ciegas, cuando Coahuila fue de los primeros lugares en México de desaparición y no había forma de frenarla. “Los tres túneles se conectan cuando las familias nos conocemos”, recuerda Silvia.
“Cada nombre ahí, y los que ahora desean grabarse, es el recordatorio para el Gobierno de la deuda pendiente con la sociedad, por no hallarlos; también son un recordatorio para el ciudadano común que tenga algún dato para dar con el paradero de sus cercanos”, afianza Ortiz su argumento.
Es un lugar para la presencia, porque acuden hijos con sus madres o padres con sus menores a celebrar fechas importantes por sus perdidos. “El día de su cumpleaños ponen flores, y ahí hacen el festejo. Es un lugar donde pueden recordar. No están muertos o si están muertos no los han encontrado y no hay panteón para ir a llorarles”, narra Silvia Ortiz.
Todos miran el presente
El trino de los pájaros de la plaza se escucha. Murmullos. El motor de un autobús de pasajeros revoluciona. Una mujer camina por la banqueta y llama su atención el fondo morado de un mural. Y sigue su camino.
Rostros impasibles regresan de la ausencia. Todos son de desaparecidos, pero una pincelada gruesa de color negro les ofrece la mirada de nuevo. Los devuelve al tiempo corriente. Un corazón pintado se sostiene de listones, es el corazón de cualquier madre o padre, hijo o hija, incluso hermano. Las flores por todos los puntos a la vista se asemejan a un edén.
Es un lugar para sanar un poco por la ausencia, pero no es la cura. Eso significan los murales para María Isabel Cruz, fundadora de Sabuesos Guerreras. Es magia en medio de la ciudad donde se llevaron a Yosimar, policía municipal, sin paradero desde 2017, cuando comenzó a pegar carteles por las calles de Culiacán, Sinaloa. Una y otra vez ha visto el rostro de su hijo en el presente.
Tomar el paisaje urbano: un árbol, cualquier pared para crear un altar, y contrarrestar la versión oficial: “Una persona ausente, al atravesar la jurisdicción del Gobierno, se convierte en una cifra, en un expediente”, asegura María Isabel. Además: “Es reencarnar el espacio donde los desaparecidos habitan aún. Sientes la vibración, y la vibra de cada uno de ellos”, refiere Cruz.
Ante la incertidumbre de no saber dónde están, los sitios sagrados en Culiacán los traen de vuelta para escucharlos, tal como fue en la vida común junto a ellos. Ir de un lugar a otro y pasar frente a ellos es difundir su mensaje silencioso.
Desde 2018, Sabuesos Guerreras, comenzaron la pinta de los rostros de sus desaparecidos en bardas, primero fueron 62 y luego otros 72. Frente a la catedral colocaron azulejos con las caras de sus desaparecidos y luego listones anudados en las ramas de los árboles.
“Ellos (los desaparecidos) quieren estar visibilizados. No quieren estar en la oscuridad”, asienta Isabel Cruz.
La voz, la presencia y la vuelta a casa de todos los ausentes, es lo que piden desde cada sitio resignificado por los miembros del colectivo. María Isabel habla de una cifra lejana a la oficial: hasta 18 mil, cuando en la estadística oficial solamente hay registro oficial de 5 mil 514. “No nos alcanzarían las bardas, no nos alcanzarían los árboles ni tantos listones para visibilizar a las personas desaparecidas», lamenta la activista.
El colectivo asiste a las inmediaciones de la catedral para realizar un pequeño ritual de todos los ausentes en los azulejos cada mes. Cruz también lo hace cada mañana en casa, de manera íntima. Luego sale a la calle a encontrarse con su hijo en los murales. Porque de algo tiene una certeza: “El día que yo muera, hasta ahí va a morir mi hijo, conmigo. Porque nadie más va a gritar su nombre, nadie más va a gritar: ‘ese es Yosimar, está desaparecido, lo voy a buscar’”, narra María Isabel.
La ausencia se vive en el cuerpo
Un desaparecido siempre deja un vacío en la ciudad, aunque sólo los familiares lo sientan. Se pierde una voz. Ese vacío también existe en el pecho de una madre como Yesenia Carrera, madre de Carlos Antonio, sin paradero desde 2015.
En Chihuahua, Chihuahua, las marchas y manifestaciones son comunes para obligar al Gobierno a investigar sobre el destino de sus seres queridos. Pero no fue hasta la llegada de Colectivo Tomate, que luego de varias reuniones con buscadoras y el Centro Estatal de Derechos Humanos de las Mujeres (CEDEHM), alistaron murales para que en la ciudad se hiciera visible el sentir de los familiares.
La señora Carrera todos los días viaja en en transporte público. Al ver uno de los murales se estremece.
Cuando arribaron los artistas, ella les aseguró que la ausencia era la sensación de un hueco permanente en el pecho. Así lo plasmaron a su hijo, además, con una mirada hacia el horizonte: él desapareció en Lebarón, poblado a 260 kilómetros al norte de la ciudad de Chihuahua.
Por eso propuso alas para los habitantes de las pinturas. La señora Carrera tardó demasiado en llegar al lugar donde Carlos Antonio colocaba una antena de radiocomunicación para la Fiscalía y no se supo más de su hijo. El patrón del muchacho la trasladó hasta el lugar, la sensación de eternidad la atrapó sin hacer más, narra.
El hueco sigue ahí, en el pecho de Yesenia y también en el mural. Estos agujeros permiten ver traslúcida la ciudad de Chihuahua en cada uno: en el mural hay son dos mujeres, una con el cabello castaño y la otra cano: dos generaciones de buscadoras —también una vela encendida y pañuelo blanco en la mano cada una—, sostienen un listón con su misión de vida: hallar a sus seres queridos. Debajo suyo, una ciudad abandonada, como si sólo los desaparecidos la habitaran.
Todos los puntos cardinales
Al no saber dónde está un hijo, ¿a qué lugar se acude para encontrarlo? En Guadalajara, Jalisco, a la Glorieta de las y los Desaparecidos.
Martha Leticia García Cruz, del colectivo Entre cielo y tierra, madre de César Ulises, coloca losetas junto con otras familias, en cada loseta está el rostro y datos de localización. No saber si se encuentran vivos o muertos, es el lugar para traerlos de vuelta, a todos, ese sitio en particular.
Para Marlety —su único hijo contrajo sus nombres y ahora es conocida así—, cada uno de los rostros devuelve a los ciudadanos al presente para encontrarse con sus familiares. Según las cifras oficiales hay 15 mil 12 desaparecidos hasta abril de 2023, pero los colectivos lo dudan, consideran que hay más.
Recuerda que el 2021, por las restricciones sanitarias, para el Día de la madre, ella viajó dos horas desde el municipio de La Barca a la Glorieta de los Desaparecidos,y se encontró sólo con 15 familias en la Glorieta.
Todos deseaban gritar en el sitio donde se percibe el avance para rescatar a los desaparecidos del olvido, porque a pesar de llevar las pruebas a las autoridades para su investigación, no ha habido resultados. Las familias se abrazaron y el llanto los contagió entre ellos. Hablaron sobre cada ausente, anécdotas siempre bienvenidas y escuchadas. Alcanzaron la comunión. “Yo necesitaba acudir ahí”, evoca Marlety.
Como guía de un colectivo, Marlety siente al santuario como un lugar de descanso en el calvario de la búsqueda, sirve como un espacio en el mundo para rezarles o hablar con ellos. La Glorieta de los Desaparecidos es un lugar para alcanzar la comunión con quien no está. “Vamos y abrazamos la loseta. Vemos la loseta. Decimos que nos escuchan y nos acompañan. Van a sentir esa vibra, ese deseo de encontrarles”, narra la guía.
Aun cuando en casa hay fotografías de todos ellos o continúan sus recámaras cerradas y mantienen sin cambios hasta su vuelta, tras ir a buscarlos, tras investigar, Marlety reflexiona sobre por qué asistir a ese oasis en medio de la ausencia: “Siempre ir a esos lugares, como que sustituye una tumba”.
Refiere la madre de César Ulises que, durante el arribo de caravanas de otros estados al lugar, han localizado al menos tres personas desaparecidas con denuncia formal. El cuerpo de una menor de 14 años desaparecida en Ciudad de México fue hallado en el Instituto de Ciencias Forenses. También, mientras transmitían en vivo por redes sociales colectivos, los jaliscienses informaron sobre dos personas con vida, ahora ya en casa.
Encontrar a uno es hallar al propio
Un corazón emana nombres de desaparecidos al viento. Y por debajo, una frase que lo nutre con un grito: “Hasta encontrarles”, al agolparse la nombradía de cada uno, cuando el colectivo Por amor a ellxs se reunía desde el 9 de mayo de 2021 tras inaugurarlo.
Pero meses después, el 20 de noviembre, letras de retícula en la pared: MTA aparecieron y echaron abajo por un tiempo lo logrado junto al grupo #SinJusticiaNoHayPaz, en la calzada Federalismo de Guadalajara, para hacer visible la ausencia de sus consanguíneos.
Miembros del Comité contra la Desaparición Forzada de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) estuvieron en la ciudad en esa fecha. El mensaje en la pinta fue claro: intimidar porque los colectivos compartieron información sobre lo sucedido en Jalisco. Además, las letras rompían con el molde de la escritura de los graffiteros juveniles, por eso comenzó la sospecha del colectivo.
Esperanza Chávez Cárdenas, hermana de Miguel Ángel, sin datos de su paradero desde 2014, y fundadora Por amor a ellxs, sintió el resquebrajamiento del lugar destinado para reír y llorar con las demás familias.
Se solicitaron las imágenes de las cámaras de la zona para conocer al autor material, pero se las negaron. Sin embargo, durante una visita posterior para un acto de memoria, por el sistema de videovigilancia, multaron a Esperanza por estacionarse en una zona prohibida.
Buscar espacios y levantar su santuario en Guadalajara es otra misión de vida, para Esperanza, y menciona que si vandalizan su nuevo muro en la calle Alcalde, errarán por la ciudad hasta dar con otro. No importa cuántas veces habrá que hacerlo. “Así nos vuelvan a dañar éste, lo volvemos a hacer”, advierte.
El Estado pretende ocultar a los desaparecidos, coinciden las familias buscadoras. Por eso el memorial es una puerta para regresarlos a la sociedad de donde se los llevaron. Para que lo reconozca cualquier persona que sepa algún indicio, incluso de quienes no se ha interpuesto una denuncia. Porque al hallar, ya sea en vida o en muerte, es recuperar a sus propios ausentes, atestigua.
“Cuando encontramos a alguien, es un pedacito del tuyo, del que no tienes contigo”, confiesa Esperanza..
Este mural fue vandalizado, pero hasta hoy se habían respetado los nombres. Aún no se ha resarcido el daño.
El porvenir
Nayarit sufre un ascenso de la desaparición de personas desde 2017. En las cifras oficiales, hay mil 464 ciudadanos sin paradero. Uno de ellos es Bryan Eduardo Arias, hijo de Virginia Garay, fundadora de Guerreras en Busca de Nuestros Tesoros A.C., quien lo rastrea desde 2018.
Tras cinco años de un fenómeno que comenzó con la sustracción masiva de ciudadanos a la vista de todos, un monumento es la única forma de hacerlos visibles.
Garay refiere que la estrategia de los criminales para no hacer visible el fenómeno de la ausencia de gente sustraída persiste hasta hoy, por eso solicitaron al actual gobernador, Miguel Ángel Navarro, un espacio para que sea la piedra angular y hacer público que, en Tepic, el fenómeno de la desaparición forzada trunca destinos de inocentes.
La buscadora habla del ambiente entre los colectivos en cuanto a erigir o no este memorial: algunos familiares refieren que erigir el memorial es dar por muerto a su ser querido. Pero la mayoría considera urgente darle luz a la situación de quienes no están y que su imagen se mantenga viva ante el silencio gubernamental y de los medios de comunicación.
“Hemos gritado, hemos levantado la voz en marchas, hemos hecho plantones, hemos cerrado oficinas, hemos hecho muchas cosas, pero ¿qué nos falta? Nos falta esto, donde más se señale, donde vean turistas y toda la gente que, efectivamente, en Nayarit estamos sufriendo, aunque no salga información a otros estados”, narra Garay.
“Los beneficios del monumento no son para los familiares, sino para a quien se busca, porque ese espacio es el hogar que resguardan los padres y los hijos”, ataja la señora Virginia. Y aunque no hay una propuesta sobre el concepto del proyecto, al menos, el Gobierno del Estado valora espacios donde colocarlo.
El monumento nacional. El guardián de los desaparecidos
Paseo de la Reforma en Ciudad de México es parte del distrito financiero nacional. De todas las calles del país, podría ser la más vista en imágenes de paseantes o manifestaciones. Desde hace años, está cambiando la simbología de personajes ilustres a antimonumentos: la historia misma, la tragedia se materializa con demandas permanentes, con efigies.
La ruta de la memoria, así la llama Jorge Verástegui, defensor de Derechos Humanos y buscador de su hermano Antonio y su sobrino Antonio de Jesús desde 2009.
Relata que familiares de desaparecidos reflexionaron hace tiempo sobre la avanzada de la resistencia civil con las esculturas que ya estaban colocadas. En el marco de la Onceava Marcha de la Dignidad Nacional el 10 de mayo, coincidió que se encontraba abandonada una glorieta al marchitarse una centenaria palma.
“Se está resignificando por los diferentes grupos que protestamos como un sitio de memoria viva de lo que ocurre actualmente”, reflexiona Verástegui.
Para el activista, desde los estados se hizo patente la necesidad de visibilizar a los sin paradero, con la creación de monumentos para resignificar la historia de cada región en México. Y la capital mexicana,es un punto para simbolizar lo que en cada provincia sucede.
En la Glorieta de los Desaparecidos no son los colectivos u organizaciones de la sociedad civil, sino las familias quienes hacen avanzar el proceso para convertirlo en santuario. Las primeras fotografías colocadas fueron sin logotipos como un mensaje y cualquier ciudadano coloque la imagen de su ausente, atestigua Verástegui.
La incapacidad de los Gobiernos para resolver las demandas de búsqueda tampoco ayuda para contar con un espacio: “Decidimos realizarlo como realizamos nuestras búsquedas, independientes”, asesta: y prosigue que a pesar de que la regencia de Ciudad de México en apariencia es de ideología de izquierda, se comporta como de derecha.
Recuerda la remoción de las primeras placas colocadas por la noche por autoridades capitalinas, “y las tiró a la basura. Nosotros les hemos pedido que nos las regresen, pero nos dicen que no saben dónde están”.
“Desentenderse del tema, culpar a alguien más, o si ya está tomada la decisión sobre el destino de la que fuera la Glorieta de la Palma, nada se puede hacer”, insiste el activista y asume que es la estrategia del Gobierno para negar el espacio: ”También porque carece de sensibilidad para atender una demanda de más de 100 mil familiares en México”.
Al nombrar a cada uno de los ausentes, invocar su presencia, avivar la memoria en la avenida más importante del país, Verástegui evoca: “Por eso le decíamos al Gobierno que para ellos posiblemente las fotografías que quitaron era basura, pero para nosotros tiene un simbolismo mucho mayor, porque simboliza lo que nos queda de nuestros familiares: ese recuerdo”.
Recuerda la encuesta hecha por el Gobierno de Ciudad de México para conocer las especies de árbol para suplir la palma, y al ser un ahuehuete el ganador de la encuesta, las familias la consideraron como un indicio importante para preservar la memoria: es longevo y un símbolo nacional. Lo llamaron “El Guardián de los desaparecidos”. Levantaron un cerco cuando fue recién plantado y pensaron que si colgaban las fotografías de sus seres queridos lograrían bajar el estrés del trasplante a ese lugar, para que luego cuidara a sus familiares.
La propuesta del Gobierno de Ciudad de México es que la Estela de Luz sea el monumento para aglutinar las manifestaciones sobre la violencia, pero el origen de la Estela está manchado por la administración del ex presidente, Felipe Calderón. No es un lugar digno para los ausentes, la Glorieta de los desaparecidos es un lugar impoluto para preservar la estancia y la memoria de sus seres queridos, selló el argumento Verástegui.
La Glorieta de los Desaparecidos hoy es un símil de los sitios donde buscan a los ausentes. Amurallado por la burocracia y la indolencia. Así se seca el primer ahuehuete y se reemplaza por uno nuevo. Pero con ese estigma del rechazo a obsequiar un espacio para llorar, rezar por quien no está.