Foto: Luis Enrique Orta
Foto: Heiji Morimoto
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Foto: Heiji Morimoto
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Foto: Heiji Morimoto
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Foto: Heiji Morimoto
Foto: Heiji Morimoto
Foto: Heiji Morimoto
Foto: Heiji Morimoto

CDMX: La unidad que vence la tragedia de un sismo

21 septiembre, 2017

Pasan de las 11:00 de la mañana, es 20 de septiembre en la Ciudad de México, las calles lucen medio vacías, casi no perciben carros en las grandes avenidas, y las personas que caminan observan los edificios que están a sus alrededores,  los miran con detalle, nadie dice nada, todos siguen en shock.

Y aunque en la ciudad reina el silencio, se escucha una voz que pregunta: “¿Ya te vas?”, palabras que no salen de algún rescatista o voluntario que cuestiona el andar de las personas que se retiran del lugar.

Sino la de un policía que se acerca hacia donde está José de Jesús, quien apunto de subir a su carro de detiene sin entender qué sucede y dirige la mirada hacia el uniformado que le vuelve a repetir la misma pregunta.

“¿Qué si ya te vas? Si no, échale más dinero al parquímetro, ya casi se te acaba el tiempo, y yo ya apunte tus placas y ahí viene la grúa.”

A lo que sin entender todavía del todo bien, pero una gran sorpresa en el rostro de José, lo primero que se le ocurre responder es con un “”. Pero el oficial sin hacerle mucho caso le vuelve a recordar la grúa, pero sin agregar la tarifa del parquímetro.

Vine ayudar y no a pasear, ahorita le vuelvo a echar dinero, aunque ya me voy” le responde José, quien sin entrar en mayor discusión, mete su mano en el bolsillo de su pantalón para sacar $10 pesos más y depositarlos para no caer en el juego del uniformado, y así poder seguir trabajando en el día como chofer de “Uber”, pues había aprovechado un viaje que tuvo a las 6 de la mañana desde el Estado de México, hasta la colonia Roma, para interrumpir su conexión y unirse por un rato a los trabajos de remoción de escombros.

Foto: Heiji Morimoto

Han pasado poco más de 22 horas desde el sismo de 7.1 grados que se sintió un día antes. El reloj está a punto de marcar las 11:30 de mañana. En otro punto de la ciudad, el tren que va llegando a la estación de Buena Vista, reduce su velocidad y da tiempo para observar que a un lado de la vía, hay escombros de una barda que no resistió y se venció por el movimiento.

Hay muy poca luz en el andén, y algunos de los grandes castillos que sostienen la estación y la gran plaza comercial lucen con cintas amarillas que advierten del daño ocasionado por el terremoto.

Todos caminan hacia la salida, se observan losetas despegadas del piso, toda la plaza comercial está cerrada. Es el mismo lugar en el que a diario miles de personas suelen hacer compras, pero hoy es diferente, todas las tiendas tienen las puertas cerradas, no hay luz, las personas nada más pasan, observan con curiosidad, buscando grietas o daños que den razón del cierre. Mientras que  afuera las calles lucen diferentes, el transporte público es escaso, hay pocas personas, pero quienes están, deciden caminar.

Poco a poco sobre la avenida de los Insurgentes, aparecen chalecos y cascos. Son personas reunidas de manera improvisada pero que tratan de organizarse, de buscar zonas donde hagan falta manos para remover escombros, empaquetar víveres, hacer cadenas que faciliten el traslado de los materiales donados.

Más adelante antes de llegar a Reforma, hay una zona en construcción, es una explanada, ahí está el personal y la maquinaria que llevan ya mucho tiempo trabajando en el lugar, antes del sismo, todos están ahí, pero falta algo, es la edificación que alude a la imagen materna, ya no está, el monumento a la “Madre” luce derrumbado.

Foto: Heiji Morimoto

Del otro lado a un costado del monumento de la Revolución el edificio de la CTM, está cercado por las cintas de precaución, se observan escombros tirados en el piso, otras estructuras que también rodean la plaza de la Republica lucen igual, con ventanas quebradas, en las que se alcanzan a observar archiveros volteados.

Foto: Heiji Morimoto

Mismas imágenes que a cada paso se van repitiendo sobre Reforma e Insurgentes. Pero las cuales se van haciendo cada vez más latentes conforme uno se va adentrando a las entrañas de la colonia Roma y Condesa.

Oficinas, condominios, plazas, entre otras estructuras, también están clausuras por protección civil. Las personas con curiosidad observan por las ventanas de las tiendas los stands y productos en el piso, que nadie ha ido recogerlos, nadie puede entrar, la orden es clara, los edificios están a punto del colapso.

Foto: Heiji Morimoto

Y a pesar de que el peligro rodea en las calles, cada vez es se percibe más presencia de la población, quienes sin una convocatoria que lo guíe se acercan a los centros de acopio y las zonas de los edificios destruidos con un solo propósito, el de ayudar.

Sin equipo y preparación ahí están compartiendo una sola convicción, volver a ver a su pueblo de pie. Todos adoptan un roll, buscan una forma de ser útil sin estorbar el trabajo de los expertos.

Se forman cadenas humanas para hacer llegar herramientas, comida, agua, medicamentos. Otros toman cartones y cartulinas donde apuntan los  nombres de personas que ya han sido rescatadas, otros toman algún lugar elevando donde puedan ser vistos y levantan letreros para informar todo lo que hace falta, todos mundo apunta y difunde para darlo a conocer.

Foto: Heiji Morimoto

Llegan y llegan más ciudadanos, unos procedentes de centros de acopio donde dejan o recogen donaciones para llevarlos a otras zonas. Otros se acercan con mesas, comida, agua, vasos y platos, y alimentan a todos quienes están ayudando.

También llegan carros, motocicletas y bicicletas, las ponen a disposición para trasladar el material y al personal de apoyo, pues hay zonas en las que hacen falta brigadistas y médicos.

Nadie quiere estorbar, pero tampoco se quieren mover del lugar, todos temen pero se quedan, pues en cualquier momento puede surgir una nueva oportunidad de seguir ayudando.

Hay personas que vienen de todas partes, de distintos puntos de la ciudad y de otros estados, algunas llevan más de 10 horas trabajando, unos se sientan en el piso para descansar, otros sin importar lo incomodo que sea se acuestan y duermen un poco en el piso.

Foto: Heiji Morimoto

Literalmente hay personas de todos lados, es fácil saberlo, se perciben los acentos, son brasileños, colombianos, chilenos, argentinos, españoles, estadounidenses, cubanos, quienes por alguna u otra razón están en nuestro país han decidido también quedarse ayudar.

Los minutos y las horas siguen pasando, y si bien no hay un ambiente festivos o de alegría, por momentos el ánimo sale a flote, todos aplauden, arengan a seguir trabajando, las personas que pasan por el lugar gritan ¡Viva México¡, y vuelven a inyectar la energía.

Lugares como la Colonia Obrera, La Roma, La Condesa, Coapa, Taxqueña, Xochimilco, Tlalpan, Viaducto,  tiene el mismo problema: edificios derrumbados, y otros muchos que en cualquier momento pueden colapsar, todo mundo lo sabe, pero permanecen en la zona, no por irresponsabilidad, sino porque la unidad los alienta a seguir trabajando.

Así se ha unido hoy el pueblo, los locales que pueden abrir sus puertas lo hacen para dar más espacio, para regalar comida, para seguir empaquetando los víveres. Por todos lados hay cadenas humanas, algunas muy largas que parecen interminables, pero ahí están todos con una misma convicción. No hay políticos, ellos siguen en sus curules, en sus oficinas, mientras que en las calles está el pueblo, vestidos de policías, militares, marinos, protección civil y paramédicos.

 

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