Lo que maúlla el gato a propósito de la poesía

El miércoles que Cassian me despertó maullando que esto sólo podía ser un adelanto del fin del mundo fue el día en el que descubrí que mi gato no era más que la reencarnación de Rimbaud. Supe en el instante en que volteé y miré su plato vacío, que se trataba de una queja porque el muy glotón ya se había acabado las croquetas que le había dejado la noche anterior y seguramente tenía hambre.

El viernes de esa semana yo tenía que entregar un libro de poesía. Hace ya varios meses que había recibido un adelanto de la paga, “como estímulo, para que le eches ganas”, me dijo en su momento Susana, mi editora. Pero la verdad es que yo no había hecho absolutamente nada. Los versos iban y venían en mi cabeza pero nunca se concretaban en el papel. Traté de muchas maneras (y con diversas sustancias) pero nada lograba que yo escribiera un maldito poema.

Me senté en la cama y me estiré mientras Cassian se acercaba sigilosamente para luego acomodarse en mi regazo. El sol nos daba en la cara a ambos.

—Mrrrrrau—me dijo, mirándome con sus transparentes ojos azules.

—¿Qué? ¿La eternidad?—le pregunté con curiosidad.

—Maaaaau—contestó y luego volvió su mirada hacia la luz que no dejaba de colarse por la ventana.

Fue allí cuando tuve una idea que me pareció brillante en ese momento. Me levanté corriendo a la cocina, saqué de la alacena las galletas de premio con sabor (y olor) a salmón y atún, regresé a la cama donde Cassian seguía bañándose de sol y me senté de nuevo. Dejé el paquete de premios a un costado de mí y tomé del librero de junto mi lápiz favorito y una libreta con el Ojo de Agamotto en la portada.

—Cassian—intenté robar su atención haciendo sonidos ridículos pero el gato, fiel a su naturaleza, no me hizo caso, por lo que tuve que recurrir a mi plan inicial. Cogí de nuevo el paquete de galletas y comencé a abrirlo, tratando de no hacer ruido. Sin embargo, Cassian supo de inmediato de qué se trataba y volteó para posar sus ojos sobre el salmón y el atún comprimido. Con toda la cautela del mundo, como si estuviera a punto de cazar a un pez de verdad, el felino se acercó y posó bruscamente su pata izquierda con las garras de fuera sobre su presa. Rápidamente levanté este último y lo quité de su alcance.

—Oye, oye, hagamos un trato, ¿vale?—si antes el minino me miraba con curiosidad, ahora tenía toda su atención—. Ayúdame con unos versos y podrás tener todas las galletas que quieras.

—Mrrrrrrrau—contestó casi suspirando, ladeó su rostro, bajo sus orejas en señal de derrota y maulló afirmativamente.

Coloqué las galletas en un nivel alto del librero, abrí la libreta en una hoja en blanco y tomé el lápiz. Cassian observó todo mi proceder y, cuando se dio cuenta de que estaba lista, comenzó a maullar de nuevo.

Escribí dos poemas salidos de la boca de mi felino amigo. Fue cuando estábamos listos para comenzar el tercero que me miró con unos ojos tan colmados de desconsuelo que no pude resistir y decidí darle uno de esos pescaditos falsos que tanto le gustaban. Cassian conocía bien mis debilidades.

Bajé el paquetito, tomé un premio y se lo ofrecí en la palma de la mano. La reencarnación de Rimbaud se acercó feliz y se lo comió de un bocado pero me lanzó de nuevo esa mirada de víctima que seguramente usó varias veces con Verlaine. Accedí y le di un premio más… y otro, y otro más, así hasta que se relamió los bigotes y sin pena alguna, saltó de la cama para irse.

—¡Maldito vidente!—le grité, sintiéndome traicionada, más triste que enojada—. ¿Así que sólo era esto?

Cassian se detuvo y volvió su mirada azul agua hacia mí.

—Y el sueño refresca. Ha llegado el tiempo de los asesinos—maulló, para luego retomar su paso e irse a reposar cerca de la ventana de la cocina.

Ciertamente, el fin del mundo ya había llegado.

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Lectora de tiempo completo y escritora entre sueños. Su cuarto está lleno de poemarios, pósters de superhéroes, fotografías, recortes de revistas, letras de canciones de Depeche Mode y The Clash y lápices. Está segura de que su gato es la reencarnación de Arthur Rimbaud y que Allen Ginsberg le habla mientras duerme. A veces tiene pesadillas con Skynet.

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