Us and them
And after all we’re only ordinary men.
“Us and them”, Pink Floyd
Si se busca el significado de identidad en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, aparece en la segunda acepción: “f. Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás”[1]. Me interesa subrayar la segunda parte de la oración, la que señala una diferenciación respecto a otros para poder autoafirmarse, pues esto encierra uno de los grandes temas de la historia, ya no sólo de América Latina, sino de la humanidad, el de la identidad siempre en oposición a otro. Y no es simplemente que exista alguien más diferente a mí, sino que esa otra persona tiene toda una serie de atributos, negativos, por supuesto, los cuales hacen no sólo que me distinga, sino que me alegre de pertenecer a los de acá, a un grupo indudablemente superior.
El otro tiene varios nombres -entre los favoritos de muchos mexicanos están indio y naco- y son estos individuos los que hacen que el país no progrese, pues sus acciones son merecedoras de la terrible sentencia “por eso estamos como estamos”. Esta perspectiva no es nueva, desde la fundación de las naciones hispanoamericanas se arrastra el problema del choque entre grupos, entre distintas identidades e intereses, solo que finalmente un cierto discurso es el que se impone e inclina la balanza a favor de unos. De esta manera llegan los bárbaros, entendidos como tal: una amenaza a la utopía moderna, a la urbanización, al orden y al progreso.
Domingo Faustino Sarmiento en Facundo civilización y barbarie [2] planteó desde 1845 esta discusión, tras la independencia de Argentina, el país empieza a modernizarse, pero aún sin haber encontrado la manera de conciliar este proyecto con las poblaciones marginales fuera de Buenos Aires, las de la Pampa. De esta manera, se puede explicar la aparición de líderes regionales como Facundo Quiroga que reclaman con violencia las riendas de los territorios donde las mieles prometidas de la modernidad todavía no han llegado.
En la obra se pueden identificar distintos discursos, a veces sucesivos, en otras ocasiones simultáneos, uno de ellos lo conforma la biografía del personaje histórico Facundo Quiroga, conocido como “El Tigre de los llanos” junto con los hechos que llevó a cabo para irse apoderando de distintas provincias argentinas; asimismo, aparecen constantemente alusiones a la geografía de la Pampa, de modo que se nos dé una idea de cómo es que un escenario así pudo dar a luz a un personaje semejante. Insisto en la voracidad de Facundo Quiroga quien hiere, pelea, insulta, destruye, toma por la fuerza todo lo que quiere, pues es, en fin, un bárbaro, por ponerlo en los términos que utiliza Sarmiento:
Es el hombre de la naturaleza que no ha aprendido aún a contener o a disfrazar sus pasiones; que las muestra en toda su energía, entregándose a toda su impetuosidad. Éste es el carácter del género humano […] Facundo es un tipo de barbarie primitiva. (Sarmiento: 141)
El autor expone el problema del choque entre la llamada civilización y Facundo, un hombre divorciado de la sociedad que intenta imponerle leyes, y como él se siente ajeno a ese orden, no tiene ningún interés en respetarlo, siquiera en conocerlo. No es una apología del caos, sino el planteamiento del gran problema de las sociedades de América Latina: ¿cómo incorporar –o eliminar- a los bárbaros que amenazan al orden al que se quiere llegar?
No obstante y regresando un paso anterior a la cuestión anterior, hay otro asunto medular que se extrae de la obra y que trasciende más allá del momento histórico en que fue escrita, ¿quiénes son los bárbaros? En Facundo, son los hombres originarios de la selva que representan una amenaza a la urbanización de Argentina, sin embargo, no sólo son ellos, sino todos los demás que encarnan una diferencia a un cierto grupo que pretende dominar.
Cabe traer a cuento las reflexiones de Alessandro Barrico (2006)[3], quien habla sobre las decisiones de la Dinastía Ming ante la ola de nómadas que llegaba del norte para saquear su territorio. Ante esto, el imperio chino se planteó sus opciones, ¿hacer trato con esos extraños?, de ninguna manera, “Dios no hace tratos con los salvajes” (Barrico: 242); ¿pelear y correr el riesgo de contaminarse con el contacto que pudiera haber entre ellos? Inimaginable. El problema parecía irresoluble hasta que a alguien se le ocurrió erigir la Gran Muralla, de esta manera se le puso fin al asunto y fue construida.
Pero esto no terminó aquí y los otros a los que se quería detener encontraron la manera de rodear e invadir. La edificación fracasó en ese propósito, sin embargo sí tuvo logro, tan relevante como inesperado, el de dividir a los individuos mediante distinción tajante entre unos y otros: “La Gran Muralla no defendía de los bárbaros: los inventaba. No protegía la civilización: la definía” (Barrico: 83). Bajo esta óptica, retomo la pregunta de líneas anteriores, ¿quiénes son los bárbaros? Ahora puedo responder de forma más amplia: todos lo somos; y no sólo eso, sino que esta categoría se va redefiniendo según quién se esté otorgando la envestidura de civilización.
Es pertinente retomar la discusión que Sarmiento planteó hace ya más de un siglo en estos tiempos donde hay “civilizaciones” -paradójicamente tan salvajes como la misma barbarie- que quieren conservar su “pureza” alzando muros impenetrables.
Y el caso Gran Muralla demuestra el tipo de éxito que tienen esos proyectos.
[1] Real Academia Española. (2014). Diccionario de la lengua española (23ª ed.). Consultado en: http://www.rae.es/.
[2] Sarmiento, D. (2015). Facundo civilización y barbarie (10ª ed.). Madrid: Cátedra.
[3] Barrico, A. (2006). Los bárbaros. Ensayos sobre la mutación. Barcelona: Anagrama.