Raw o el empoderamiento de los deseos

El polémico debut de Julia Ducournau ha llegado por fin a nuestras salas de cine –a las comerciales, alrededor de esta semana– y con él los espasmos y las arcadas estomacales. Lee nuestra reseña del film a continuación, sin riesgo de spoilers.

Quizá sea importante subrayar que Raw (2016) no es un filme de horror, en el sentido de que no es está hecho para asustar al público. No encontrarán en él momentos para brincar de su asiento, ni una ruptura esencial de lo que conocemos como real. Al menos no en el sentido tradicional del género terrorífico; el pulso de Raw es más primario, más, digamos, primitivo.

En un primer acercamiento, el nombre del personaje principal, Justine, funciona como un guiño a la magna obra Justine, o los infortunios de la virtud, del Marqués de Sade. Escrita alrededor de 1787, la novela explora los infortunios de una joven que lucha contra sus impulsos sexuales, los reprime, y en esa objeción, sufre. El empoderamiento de los pulsos físicos y sexuales de la Justine del Marqués, es una larga travesía de infortunios, en donde la transgresión a la moral, es de hecho la única moral posible.

La Justine de Ducournau atraviesa un trance similar. Encarnada por la actriz Garance Marillier, Justine es una joven que ingresa por primera vez a la facultad de veterinaria: los rituales iniciáticos que atravesará en el recinto la empujarán a la revelación de su propia naturaleza. Esa revelación, no obstante, se dará de manera dolorosa, absolutamente cruda; sin embargo, ese dolor y crudeza son estímulos que desbloquearán fuerzas sexuales ocultas, que prepararán a Justine para una etapa de lubricidad largo tiempo esperada.

En buena medida, Raw es la crónica de la iniciación sexual, y del empoderamiento de los deseos: la dolorsa travesía de una mujer que se asume como lo que realmente es. Todos los personajes del filme orbitan alrededor de esta idea; y es aquí donde se consuma de hecho la idea del horror. Asumir una humanidad que está más allá.

En este sentido, Raw, confronta lo que somos como humanos contra lo que creemos que somos. Todos los rituales universitarios que Justine tiene que soportar funcionan en este nivel subterráneo: el animal que se lleva dentro no puede ni debe aniquilarse, por el contrario, debe asumirse, conocerse y alimentarse. En la superficie, Justine se aleja del mundo paternal, del mundo de los adultos y en buena medida del patriarcado, para instalarse en uno que lleva la transgresión como norma.

Esa transgresión funciona asimismo en dos niveles: primero en uno social: porque Justine es una chica que hace retumbar los muros del patriarcado. Las escenas en donde ella ejerce el poder de su feminidad y confronta poderes contrarios abundan en el film. No quiere decir que Raw sea una película feminista; pero sí cuenta con una perspectiva de género muy poderosa. En el segundo nivel: su relación con el dolor.

Devorar o ser devorado es en sí una idea terrorífica, pero también guarda una tensión erótica. Ésta se explora más profundamente en Raw que la primera. De ahí que su directora haya descrito a la película como un crossover entre drama, comedia y horror corporal.

Los placeres eróticos de la carne y de la sangre mueven a los personajes con igual fruición en el film, y son de hecho las mujeres –una familia de mujeres– la que llevará la voz cantante. Todos los demás personajes se relacionan con ellas de la misma forma que se relacionan con el dolor. El placer del dolor es lo que consuma la relación erótica.

Raw, en este sentido, es un film sádico más que terrorífico. La humanidad que retrata es hasta cierto punto utópica, restaurada: la relación que hay entre lo femenino y lo masculino no tiene desequilibrios; hombres y mujeres ocupan el mismo lugar semántico, y se entienden únicamente a través de estímulos violentos, dolorosos, pero consensuados en un nivel sexual. El asesinato no es aquí una transgresión moral, sino una restauración de la naturaleza.

Esta premisa es una de las ideas centrales en la obra del Marqués, que dejó patentada en sus obras cumbres, y que sustenta todavía hoy en día la semilla de la revolución sexual y la revolución feminista. Raw se encuentra exactamente en este nivel, y no sería sorpresa si fuera adoptada como estandarte por comunidades liberales o LGBT.

En palabras de la directora, el largometraje se centra en la cuestión de lo que nos hace ser humanos, de los límites de lo humano, y de cuánto animal, bestial, o más allá de lo humano, ya hay en nosotros. Podríamos agregar que Raw se centra en la cuestión de lo que es ser mujer, los límites de la mujer, pero también sus poderes, sus animales impulsos, y la relación que guarda en todo ello lo masculino.

El final es revelador: en el centro del film no hay una respuesta, una solución, por el contrario, hay un agujero negro que absorbe materia, tiempo y espacio por igual; una angustia que une a todos los personajes, angustia que sólo puede ser liberada, como dictan los cánones, por el orgasmo. La búsqueda del orgasmo, disfrazada por el hambre de carne humana, es lo que hace a la caníbal de Justine lo que realmente es: un monstruo muy real, muy necesario, muy presente.

 

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