Andrés Manuel López Obrador y la austeridad, la descentralización del gobierno y menos privilegios al sector público, para empezar el sexenio. Apenas hace unos días el presidente electo (ya dejen de decirle “virtual”) presentó un plan de ahorro desde lo más alto.
Primero, reducirá su sueldo a 108 mil pesos mensuales, 40 por ciento menos que Peña Nieto y miles de pesos más que un campesino. Renunciar a su sueldo debió ser la idea que en realidad reflejaría austeridad en un gobierno como el que propone.
Andrés aseguró que llegó a la silla mayor no con la ambición del poder por el poder, sino por “un cambio verdadero”. Entonces, y por voluntad de cambio, su sueldo está demás. ¿Solo porque la historia no especifica si Juárez o Zapata “cobraron” por cambiarle la vida a México, no vamos a exigir eso?
El servicio público, socialmente calificado como de “burócratas huevones” también se transformará y con maña escondida. El recorte al gasto para los altos funcionarios recibirá muchos aplausos, pero en el fondo podría significar desempleo y desestabilidad.
Reducirá en 70 por ciento todo el personal de confianza y en un 70 por ciento gastos en lo respectivo.
En términos sencillos y con ejemplo argumentado: Usted es servidor público con un ingreso mensual de 50 mil pesos, porque el puesto lo amerita. Decidió que sus dos hijos estudiaran en escuelas privadas, con colegiaturas entre 8 mil a 14 mil pesos y es educación primaria, con todo el respaldo constitucional de representar un derecho por ser mexicano.
A eso, sumar gastos en vivienda y comidas, pago de servicios y planes como vacaciones para fin de año o un puente. Más de 30 mil pesos en estas ocupaciones, que puede generar ahorro con la cantidad restante.
Ahora, López Obrador definió que usted percibirá 30 mil pesos, ¿qué va a sacrificar? ¿Vacaciones? ¿Colegiaturas? ¿Irse a vivir a un lugar más barato? ¿Cambiar el estilo de vida? ¿La caja de ahorro que ya suprimió Andrés Manuel?
Por supuesto que usted y yo, que no ganamos ni la mitad de lo que un funcionario obtiene, estaríamos de acuerdo en que sacrifique lo que no tenemos por nuestros salarios tan míseros. No obstante, no estamos en derecho de querer que todos seamos iguales.
No porque más de 50 millones de mexicanos sean pobres, el resto debe igualarse con el segmento más vulnerable.
Muchos de los mal llamados “burócratas huevones” se han ganado de buena fe sus puestos tras años de trabajo de más de 12 horas al día y hasta no ver a sus familias los fines de semana.
Pero la maña se esconde en la descentralización del gobierno: Cambiar de residencia en el país es un cubo de rubik. Usted –otra vez ejemplo– trabaja en una de las divisiones de área de una secretaría y resulta que la van a mudar a Guanajuato o Tijuana.
¿Se imaginan la logística de llevarse una vida en el centro del país a otro estado?
Modificar la clínica donde se atienden alguna enfermedad crónica, cancelar servicios del hogar, comprar o rentar casa en la nueva ubicación… Un largo etcétera que no se cubre cambiando las dependencias solo para fortalecer la economía de las entidades.
El efecto López Obrador será: Si no puedes mudarte, renuncia y quédate donde has construido una vida. Y ¿quiénes llegarán? Empleados de confianza o viejos amigos de Andrés Manuel que llevan años en la espera de esta oportunidad.
Quizá con los mismos escenarios, pero que con tal de demostrar que Andrés Manuel no se equivoca cederán a sacrificarlo todo. Peor aún, tal vez, no conozcan la dependencia como alguien que llevaba años de experiencia.
Una situación similar pasó en el año 2000 cuando López era jefe de Gobierno de la Ciudad de México; mi padre vio cómo salieron de la Secretaría del Medio Ambiente experimentados economistas y funcionarios para que sus puestos fueran ocupados por personas sin preparación y déspotas.
Otro punto parte del plan de desarrollo que propone es que estos empleados de confianza laborarán de lunes a sábado y cuando menos ocho horas diarias. Coincidencia para que se dé el totalitarismo de Andrés.
Eso sí, deberá enfrentarse arduamente con los sindicatos que mucho antes de su advenimiento ya encapsularon los derechos de los trabajadores en afán de defenderlos.
Dejen el partidismo del lado, que al final esos “burócratas huevones” son tan humanos como los que leen estas líneas.
(En la próxima entrega: energía, educación, zapatismo y lo que se sume de ocurrencias…)