Tan acostumbrado estoy a tu ausencia
Que cuando le pido al destino que estés aquí
Lo hago sabiendo que no estarás.
Justificamos nuestro abandono
Cambiándole el verbo a nuestras oraciones.
Dejamos a un lado el “no quería” por el “no podía”.
Quitamos los signos de interrogación
Y en su lugar colocamos los de exclamación:
¡Debía de estar ahí!
Le pido mucho al destino.
El destino es el santo patrono de estos fervientes e insaciables creyentes del amor.
Quizá ese sea mi problema: pedirle al destino.
O peor aún, y ese es mi mayor miedo: que ese no sea mi destino.
Sí he aprendido algo es a no esperar nada de los demás
Incluso de ti.
Pese a ello sigo aquí
Porque me gusta pensar que volverás.
Sin embargo de algo estoy seguro
Ni el amor te salvará de tu propio destino.
De igual manera, la esperanza muere al último,
Por eso, entre las paredes de mi mente
Y el eco infinito que retumba en mí ser
Se escuchará constantemente: Desearía que estuvieras aquí.