Entre el firmamento celeste
Y el forraje aceitunado,
Los invitados presencian
La defunción de un lustro de ir y venir.
El cambio se percibe en el aire,
Pero nadie se atreve a comenzarlo
Sólo quienes protagonizan
Las honras fúnebres.
En la primera fila los escarabajos sacrificados,
Aquel que da su vida por la sedición,
Se encuentra ya rodeado de diversas flores,
Mismas que renacen de sus restos
Y que a su vez,
Desde un costado se lamentan
Al deslumbrar su agonía.
A su alrededor, los presentes del recuerdo
Se irán con el difunto.
La lápida yace en el bombo
No se lee en ella el nombre del muerto
Sino del quien ocupará su lugar,
La reencarnación simbólica.
Desde atrás y rodeando
Se acercan los invitados
Todos y cada uno de ellos
Son viejos conocidos de la muerte
Algunos escaparon de su seducción,
Pero la gran mayoría cayó en sus encantos
Y se perdió en el beso frío de su adiós.
Justo en medio
Aquellos cuatro músicos,
Jóvenes aún,
Lejos de rebasar los 30,
Cabellos largos y esponjosos
Bigotes marcados
Un atuendo de colores:
Rosa, verde, azul y rojo
Semblante de altos cargos militares
Y con arma en mano:
Una trompa francesa, una trompeta,
Corno inglés y una flauta,
Denotan el cambio
Que desde nota a nota,
Acorde y arreglo,
Han dado a la música.
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