Francia 98, ¿detonante del terrorismo actual?

Netflix tiene un excelente documental francés llamado Les Bleus: une autre histoire de France 1996-2016, y aborda el latente problema social en Europa y el fútbol. Hay una hipótesis muy interesante, que dice que el triunfo galo en el mundial de 1998 ocultó las desigualdades en la sociedad de ese país.

Esto no quiere decir que el mundial del 98 haya sido una cortina de humo, como solemos pensar en México. Francia ganó gracias a un gran proceso deportivo y a una generación dorada que por dos décadas ha sido el emblema futbolístico de una nación. Pero, gracias a este triunfo, y a la felicidad que derivó durante los siguientes años, el problema de la desigualdad, del racismo y de la falta de oportunidades quedó latente, aunque inicialmente oculto.

La selección francesa de 1998 estaba compuesta por lo que los franceses llamaron el eje negro-blanco-árabe (black-blanc-beur), y esta heterogeneidad deportiva se traspasó a la vida diaria: durante dos magníficos años, Francia era símbolo de la unidad y el progreso, de la integración social. Cuando el silbato final sonó en el Stade de France, y los galos se impusieron tres a cero sobre Brasil, todo mundo era francés. Y Zinedine Zidane era el héroe nacional.

Y ahora, casi veinte años después de aquella gloriosa tarde de fútbol francés, Francia se ha convertido en el objetivo número uno de los ataques terroristas islámicos en Europa occidental. El documental tiene una posible respuesta: la generación de niños del 98, aquellos que vieron a personas con distintos orígenes (como Zizou, argelino, Henry, antillano, Djorkaeff, armenio y Blanc, francés), creció en una burbuja que eventualmente les explotó en el rostro y les mostró que el monstruo de la desigualdad ahí seguía y ahora era peor. A muchos franceses, hijos de inmigrantes, no les quedó otra vía que la radicalización.

No se cumplió el proceso de integración social, repiten a lo largo del documental varios de los entrevistados, como el exfutbolista, Lilian Thuram. Emborrachados por el vicio de la victoria absoluta, no se dieron cuenta que los inmigrantes seguían con menos oportunidades laborales, que la población estaba dividida, que los barrios pobres –los banlieus– continuaban como semilleros de la delincuencia. Creyeron que el fútbol era la solución social a un problema político.

Esto no significa que, si Francia no hubiese ganado el mundial, el terrorismo no habría llegado a este país europeo. Lo más seguro es que, de una u otra forma, los atentados habrían ocurrido. Es sólo una reflexión sobre el complejo problema que es la integración social. Y como están los cauces migratorios del Tercer Mundo al Primer Mundo, la igualdad entre pueblos con distintos orígenes será aún más esquiva.

Llegará un punto, dentro de varias generaciones, en las que los hijos de migrantes sirios, magrebís y centroafricanos serán vistos como una parte integral del día a día de las naciones en Europa, América del Norte y Oceanía. Sucedió de esta manera con la llegada de chinos, irlandeses, italianos, rusos y demás poblaciones en el pasado a las actuales potencias mundiales. Pero el camino que por ahora se vislumbra está lleno de terracería, de baches, de partes faltantes. Y los gobiernos mundiales no dan soluciones (están perdidos en discusiones bizantinas, como es su costumbre): es responsabilidad de todos nosotros –vivamos o no en lo que llaman Primer Mundo– crear un mundo armónico.

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