Lo primero que viene a mi cabeza cuando me invitan a una boda es la clara y vívida imagen de los novios cogiendo en su luna de miel. No puedo pensar en otra cosa, no si tengo la obligación moral de asistir a dichoso evento.
¡Al diablo la moral!, ¿qué pasa si no voy?, ¿soy tan importante para ellos que si no asisto cancelarán la boda? La verdad es que les importa una mierda si estoy presente o no. Padrino de vino, una forma muy sutil de decir las cosas para que uno acepte pagarle la peda a trescientas personas. Si fueran espartanos no habría tanto pedo, hasta lo haría con gusto: “¡lo que pidan señores, yo invito!” Una peda entre puros cabrones, ¡una señora peda!; y no se confunda, no es que entre trescientos guerreros con sed de sangre y un humilde servidor se encuentre una cuarentona en estado de ebriedad, me refiero más bien al hecho de que la peda que nos pondríamos esos trescientos weyes y yo sería de tal magnitud que el calificativo de señora quedaría adherido de manera inherente a la borrachera en cuestión.
¿Qué recibe uno a cambio de poner en estado etílico a trescientas gentes, en su mayoría, desconocidas? – le pregunté a Joaquín – y no se lo pregunté a él por puro azar, ni porque era el cabrón que estaba junto a mi viendo porno mientras leía la invitación; verán, Joaquín es uno de esos tipos a los que estar sobrio más de doce horas no se les da. Daría cualquier cosa por un par de cervezas gratis, por eso está aquí y porque tengo porno en mi sistema de televisión de paga. Lo contraté hace un mes y desde entonces Joaquín se aparece cuando se le da la gana. Estaría mucho mejor si Joaquín fuera mujer, la recibiría con los brazos más que abiertos; ¿por qué contrate un canal para adultos? bueno, es primavera.
Supuse que la opinión de un experto en el tema de la ebriedad me ayudaría a empatizar con la idea de sacar de mis descosidos bolsillos algunos miles de pesos para emborrachar a todas esas personas: “¡es puro pinche bisne!, ni se quieren. Dudo, si quiera, que se caigan bien. ¡Pinches mocosos, veintidos años y queriéndose casar. ¡Puro pinche desmadre para que no se los coma la gente! No les basta con cagar sus propias vidas, ahora todos tenemos que ser cómplices de su teatrito. Para mi que esa Karlita ya está esperando un escuincle, o dos, porque el pinche Chucho es bien caliente, desde que íbamos en la secu. Ese wey era el que llevaba la TvyNovelas, ¡ay! ¡esa Ninel estaba bien sabrosa!. Cuando empezó a robarle las Playboy a su jefa la cosa se puso más interesante. Quisimos mucho a su mamá. Seguro va su jefa, chance y si me lanzo, ¡peda gratis! No hay pedo que pongan las mismas pinches rolas de siempre, bailo la Macarena si es necesario y me chingo el payaso de rodeo con tal de enfiestar a doña Bárbara”. Convencionalismos sociales, creo que así se le llama. Joaquín siguió fantaseando con doña Bárbara un buen rato.
Quizás valga la pena comer decentemente aunque sea una sola vez. Sopa de brócoli, carne de puerco en salsa roja y una mesa llena de quesos, todo eso con nombres elegantes y adornados par que uno caiga en la trampa. Joaquín seguía hablando — “…¡pinches bandas culeras!, ¡siempre tocando los mismos pinches covers! Lo mismo de lo mismo, una y otra vez. ¡¿Qué todos esos cabrones escuchan la misma música o qué?! ¡Es que no mames, a cualquier pinche bar donde te metas están tocando las mismas pinches rolas!¡Ya estoy hasta la madre! Al menos a Alex lo torturaron con la novena de Beethoven, quedó hecho mierda con algo verdaderamente hermoso…» —tenía razón.
Gente que odias pero debes saludar con la mejor sonrisa falsa de tu catálogo. Comida barroca servida en cantidades verdaderamente pobres. Pautas de comportamiento previamente marcadas. Vestimenta homogeneizada bajo el nombre de la elegancia. Bailes y ritos que se repiten una y otra vez. Atrapados en el tiempo, sin salida, repitiéndose y repitiéndose. Lo mismo de lo mismo una y otra vez. Por eso, lo primero que viene a mi cabeza cuando me invitan a una boda es la clara y vívida imagen de los novios cogiendo en su luna de miel. No puedo pensar en otra cosa, no si tengo la obligación moral de asistir a dichoso evento, pero, ¡al diablo la moral! , voy a pagar, tengo derecho de fantasear con quien se me de la gana.