Cuando la sangre se convierte en tributo

Hasta hace poco no conocía Malinalco. Ignoraba su historia, belleza y el asentamiento mexica que alberga el Estado de México desde hace cientos de años. El Templo de los Guerreros Águila y Jaguar es, sin duda, no sólo una joya arquitectónica prehispánica sino también, la representación de los rituales sagrados que se realizaban en lo más alto del cerro, ahí, cerca del cielo. Con una vista envidiable del Altiplano Central, los hombres eran sacrificados por su valentía.

Los oriundos de la zona de Malinalco eran conocidos como “malinaltecatl”, pueblo que le rendía una persistente adoración al sol y el cual tenía como actividad principal realizar sacrificios humanos. Y es precisamente este punto el que me pareció el más revelador acerca de Malinalco. México, de acuerdo a varios antropólogos y sociólogos, es conocido por haber sido unos lugares de constantes rituales sagrados, religiosos y hasta culinarios, en los que es sacrificio humano era el ingrediente principal.

La importancia del sacrificio en la historia de México se basa en un principio fundamental: la ira de los dioses. A quién le gustaría hacer enfurecer a las deidades que proveían de los recursos necesarios para la subsistencia. Perder agua, fertilidad de la tierra o ser débiles durante combates bélicos eran algunos de los temores que orillaban a los antiguos pobladores a ofrecer sangre y corazones.

En el caso del Templo de los Guerreros Águila, el sitio era utilizado para sacrificar humanos con fines de guerra (prisioneros, sobre todo) y por religión (creencias de tributos). Por ejemplo, en el Téchcatl (piedra del templo empleada en sacrificios) se ofrecían los cuerpos de hombres al sol, para que posteriormente estos se convirtieran en “hombres estrellas”, que alimentarían con su vida de forma permanente al astro.

Además, este centro ceremonial refleja ese gusto, necesidad y pasión de los pobladores de la región por la guerra. Si bien, los grupos generalmente inician combates como consecuencia de agravios entre pueblos, también existe el propósito de expansión, de llegar a donde no se ha llegado, de gobernar más allá de tus propias fronteras.

Con la aparición de la agricultura, la lucha por dominar nuevos lugares aumentó, así como la presencia de guerreros en diversas aldeas. Es probable que con el gusto (sí, gusto)  hacia la guerra (situación sobre todo presente en las “Guerras Floridas”), esta actividad se tornara más letal y frecuente. El sentido de identidad territorial se tornaría más fuerte al proteger tu hogar hasta con la vida.

Ahora bien, la guerra y el sacrificio son dos actividades que iban de la mano, aunque sea osado pensarlo es vital decir que la subsistencia de una depende de la otra. Y en el caso de México hay una forma de ejemplificarlo: Malinalco fue un templo de ritos de preparación militar de los mexicas con guerreros dispuestos a perder su vida en la batalla u ofrendarla al sol.

En estos rituales no había espacio para la melancolía, la frustración o la tristeza, si eras elegido para perder la vida, el único sentimiento que debía desbordar tu cuerpo era el honor de entregar tu alma, fuerza y valentía. Ser mensajero del sol era un privilegio que no todos podían gozar ni siquiera imaginar.

Los sacrificios humanos en Malinalco son sólo una muestra del poder de las creencias y costumbres de gente que habitó nuestro país hace cientos de años, son una evidencia de actos que no deben ser juzgados porque forman parte de la herencia cultural de una civilización que marcó el rumbo en el desarrollo de la historia de México. Hay que admirar con respeto lo que cada rincón de nuestro país tiene para nosotros. Entender el pasado es comprender el presente, el por qué y para qué de nuestro futuro inmediato.

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Periodista con gusto por la antropología. Escribo hasta que las palabras se me agoten. Amante de la fotografía, los viajes y las letras. Busco contar historias que vayan más allá de un "érase una vez". He colaborado en sitios como Notimex, A21, Contacto en Medios y el GACM.

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