Edith despertó con un ligero dolor de garganta. Sabía que era una infección porque tenía los típicos síntomas de ésta: fiebre ligera y dificultad para tragar.
No quiso que se complicaran, por lo que decidió acudir con el médico de la colonia, ése que está a un ladito de la farmacia. Era de confianza, pues ya habían ido en varias ocasiones por lo que no significaba un peligro.
Madre e hija fueron a consulta. Esperaron su turno, todo normal. Revisaron la garganta de Edith, de 11 años, descubrieron lo que ya sospechaban, una pequeña infección; el doctor comenzó a escribir unas cuantas líneas a partir de lo que observó; checaron sus pulmones y nada más.
En silencio, siguió con la tarea de escribir los medicamentos para Edith. La madre señaló que su hija era alérgica a la penicilina. Sin dirigir la mirada, sólo asintió, tachó la receta y cambió el medicamento, asegurando que tenía un principio activo diferente. «No habrá problema», dijo.
Antes de retirarse, le aplicó una inyección a Edith, el antibiótico que haría que se sintiera mejor. Madre e hija se retiraron, no sin antes comprar el resto de los medicamentos. Todo bien hasta que Edith ya no pudo respirar.
Sólo alcanzó a llegar a la esquina de la calle cuando se desvaneció. Su madre entró en desesperación y comenzó a gritar, a pedir ayuda. «¡Hija, qué tienes, tu boquita está morada, alguien ayúdeme!». Edith ya no respondía, sus ojos estaban totalmente en blanco. Comenzó a convulsionar.
Al llamado de ayuda acudió un señor, quien ofreció llevarlas al hospital. Y así lo hizo. Edith llegó al Hospital General Regional 72, del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), con sus signos vitales muy débiles. Estaba muriendo.
Rápidamente la atendieron no sin antes preguntarle a la madre qué le había dado; les contó que habían ido con un doctor para tratarle un dolor de garganta. Eso fue todo.
Pasaron treinta minutos, el médico que recibió a Edith en urgencias se dirigió a la madre; traía un semblante molesto, algo de lo que había sucedido provocó su enojo.
«¿Por qué le administró penicilina a su hija cuando es alérgica, señora?», infirió. «No lo hice, mire, la receta dice esto», dijo señalando hacia los garabatos del médico de la farmacia. El doctor volteó a verla, con un dejo de tristeza.
La madre no paraba de llorar; al doctor se le olvidaron los regaños que ya tenía preparados contra ella; se limitó a decirle «señora, su hija se está muriendo porque le inyectaron penicilina, haremos todo lo que está en nuestras manos». Se retiró.
El mundo se le vino encima. Se limpió los ojos, nuevamente leyó la receta y en efecto, ahí estaba, amoxicilina, un antibiótico derivado de la penicilina. Se lamentó, una y otra vez, su ignorancia, el por qué no supo, no leyó, no preguntó o investigó.
«¡Pero es que uno confía en ellos, ellos son los que estudiaron!”, se lamentaba frente a todas las personas de la sala de espera que, como ella, tenían a un paciente que peleaba por vivir, que se defendía de la muerte.
Para aliviar la infección, el doctor le suministró amoxicilina a Edith. El desconocimiento del médico ante una alternativa de tratamiento farmacológico puso en riesgo la vida de la niña, aunque culpabilizarlo sólo a él es la salida fácil.
Si bien, él es responsable de que lo prescribió, se necesita saber, por ejemplo, quién otorgó la certificación de funcionamiento a ese consultorio; quién determinó al médico titular de dicho establecimiento; qué capacitación tiene el galeno, es decir, además de su título, sería importante saber si cuenta con cursos de capacitación, seminarios, talleres; en fin, varias preguntas también dirigidas hacia las autoridades sanitarias que regulan los servicios de salud.
La atención médica debe ser tomada como lo que es, un servicio en pro de la salud de la población.
El 80% de las veces, los pacientes reciben una primera atención por un médico general; por tal motivo, resulta de suma importancia que estos profesionales estén capacitados, actualizados y cuenten con las herramientas suficientes para la práctica médica, la cual garantice un camino seguro en la cura de los padecimientos que se les presenten.
Dentro de lo que cabe, Edith está bien. Por la falta de oxígeno, derivada de anafilaxia, estuvo en terapia intensiva varios días. Se está recuperando. Hay buenos pronósticos.