Egipto y su crisis en derechos humanos

“Agentes de seguridad egipcios han secuestrado y torturado al menos a varios cientos de personas (algunos de los cuales han sido niños de tan solo 14 años), en un aumento sin precedentes de las desapariciones forzadas destinadas a silenciar a los opositores”, así afirmó Amnistía Internacional en un informe publicado el año pasado.

En el informe se detallan los casos de 17 personas sometidas a desaparición forzada, recluidas en régimen de incomunicación durante periodos que van desde varios días hasta siete meses sin acceso a sus abogados o familiares.

Además, se exhibe que las desapariciones forzadas han aumentado desde el nombramiento del ministro del Interior, Magdi Abdel Ghaffar, a principios de 2015, con un promedio de tres o cuatro personas desaparecidas diariamente.

Pero, ¿cuál es la lógica de la tortura en Egipto? ¿Cuál es la justificación utilizada para sancionar tal actividad?

Algunos podrían argumentar que el uso de la tortura al azar es una herramienta eficaz para difundir el terror entre la población, lo que los convierte en sumisión. Sin embargo, esta lógica no parece concretar del todo el problema en cuestión.

Durante un breve estallido de represión masiva, el uso de arrestos y tortura aleatorios podría actuar como un elemento disuasorio contra la oposición política. Sin embargo, si esto se convierte en el modus operandi del estado de seguridad, pierde su efecto por la sencilla razón de que equipara adversarios políticos y ciudadanos apolíticos, incluso partidarios del régimen.

Otro argumento es que la tortura se utiliza para extraer confesiones e información sobre grupos armados, que luego es utilizada por el aparato de seguridad para interrumpir sus operaciones.

Pero el carácter aleatorio de la tortura contrapone este argumento, ya que no está reservado para los sospechosos de afiliación con grupos terroristas. Se lleva a cabo con la ciudadanía en general, algunos de los cuales son falsamente acusados por supuestamente pertenecer a organizaciones terroristas.

La violencia continúa

El pasado 5 de septiembre, Human Rights Watch publicó otro informe donde se puede ver que la violencia en Egipto continúa. En él, se aseveraba que el gobierno del presidente egipcio, Abdel Fattah Al-Sisi, había permitido detenciones arbitrarias generalizadas, desapariciones forzadas y abusos de detenidos en lo que denominan «línea de montaje de tortura».

Al día siguiente que el informe se publicó, Egipto bloqueó el sitio web de la organización, y esto hace pensar que el gobierno de este país quiere ocultar o “tapar” ciertas cosas.

«En lugar de abordar la crisis de tortura en Egipto, las autoridades han bloqueado el acceso a un informe que documenta lo que muchos egipcios y otros que viven allí ya saben», afirmó Joe Stork, director adjunto de Oriente Medio en Human Rights Watch.

Censura de los medios de comunicación

Egipto primero bloqueó el acceso a una serie de sitios web de noticias, incluyendo Al Jazeera y Huffington Post Árabe. Y actualmente, según la Asociación para la Libertad de Pensamiento y Expresión, cientos de otros sitios de noticias y blogs han sido borrados de las pantallas egipcias.

Los periodistas ven la campaña contra ellos como un paso hacia la prohibición de todos los medios de comunicación.

El gobierno no ha hecho comentarios sobre la razón detrás de los bloqueos.

«La desaparición forzada se ha convertido en un instrumento clave de la política estatal en Egipto. Cualquier persona que se atreva a expresarse está en peligro, y el antiterrorismo sirve de excusa para secuestrar, interrogar y torturar a personas que desafían a las autoridades «, expresó Philip Luther, director del Programa de Amnistía para Oriente Medio y Norte de África.

En varias ocasiones, el gobierno de Egipto ha dicho que los informes de este tipo están sesgados, políticamente motivados y/o tienen como objetivo dañar su imagen.

Evidentemente, esto es un problema que más que disminuir, parece aumentar. En Egipto hay un problema importante que la comunidad internacional debe voltear a ver.

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