Vicente Leñero, el ingeniero que en el periodismo se hizo escritor

9 junio, 2017

Mientras sus compañeros de generación ya se habían graduado y ejercían su profesión, él se rompía la cabeza en las clases de Ingeniería Civil que recursaba en Ciudad Universitaria.

Los profesores escribían y daban sus plenarias, en tanto sentado hasta atrás del aula, Vicente Leñero prefería leer obras de Chesterton para amenizar su suplicio. No se sentía cómodo entre tanto número y mente cuadrada, aun así terminó la carrera más por obligación y presión familiar que por gusto. En su cabeza quería ser escritor.

Con la idea rimbombante en su imaginario, ejerció un par de años la ingeniería, en una compañía de instalaciones sanitarias, un trabajo que detestaba.

Sin embargo, alguien fue quien le ayudo a sacar esa idea de su cabeza para materializarla: Estela Franco, el amor de su vida.

Mientras el papá de Vicente le pedía a Estela que lo convenciera de permanecer en la ingeniera y olvidar la literatura definiéndola como un craso error e insistiendo en que las letras podían darle fama, pero no dinero. Ella hacía todo lo contrario, le decía: “Si lo que quieres es ser escritor, pues órale, no te detengas”.        

Estela Franco y Vicene Leñero. Foto: Revista de la Universidad

A la larga y pese a que ponía en riesgo su estabilidad económica, Vicente Leñero decidió dejar su trabajo.

Tras su decisión, Estela le llamó a Carmenchu, una amiga que trabajaba en Palmolive, específicamente en la Agencia Palmex, donde hacían las radionovelas para el área de publicidad, quien ayudó a Vicente a entrar a escribir las producciones radiofónicas.

Leñero jamás volvería al suplicio de la construcción, comenzaría a ser escritor.

La enemistad que tenía por la construcción se ve reflejada en su primer gran obra: Los albañiles, la historia de un asesinato que ocurre alrededor del ambiente de la construcción de una obra.  

Dicha novela no fue para Vicente una exaltación del mundo de la construcción, como la crítica lo definía, sino una venganza por lo mucho que la profesión lo hizo sufrir.

Vicente relata que una ocasión, cuando el libro fue trasladado a teatro, de una butaca se levantó un hombre, quien dijo ser un maestro de obras, y gritando a bocajarro señaló que la obra era “un insulto a la dignidad de los trabajadores de la mezcla y la cuchara”.

El espontaneo enfurecido insistía que no todos eran borrachos ni asesinos. La reacción del caballero dejó pasmado a Leñero, quien en perspectiva le da la razón.

Los albañiles nació de una manera afortunada. Vicente había obtenido una beca para escribir un libro, por lo que decidió realizar una compilación de cuentos inspirado en su paso por la construcción, sin embargo, la beca especificaba la creación de una novela, ante la noticia inesperada le dijeron “pues júntalos”.

Durante un tiempo Leñero escribió radionovelas y escribía en una publicación religiosa llamada Señal. Ante el estancamiento personal en el primer trabajo y la falta de pago en el segundo, el ingeniero decidió renunciar a ambas y llegó a la revista femenina Claudia.

Pese al estereotipo de la revista, esta no era convencional, incluso hacían reportajes de fondo. Ahí coincidió con José Agustín y Gustavo Sainz, miembros de la aclamada generación de la onda.

La maquina de escribir, la inseparable de Leñero. Foto: Rogelio Cuéllar

En Claudia alcanzó la dirección, luego de que su antecesor, Spota, intentando lograr un aumento, se presentó con Jorge De Angeli, el fundador de la revista, afirmándole que tenía un “importante” ofrecimiento de una agencia de publicidad. De Angeli le deseó suerte y le ofreció la dirección, la cual Vicente la aceptó a regañadientes, no sólo se trataba de “una revista de mujeres”, sino porque no le gustaba dirigir absolutamente nada.

Tras seis años en Claudia y a punto de dejar el periodismo para enfocarse únicamente a su labor literaria, Leñero recibió una llamada de Miguel Ángel Granados Chapa, a nombre de Julio Scherer.

El director del, en ese entonces, mejor diario de México le ofreció la dirección de Revista de Revistas de Excélsior, un suplemento cultural que daba patadas de ahogado y que Vicente reviviría.

Bajo la tutela de Scherer y con sus reporteros Ignacio Solares y Jorge Ibargüengoitia, Leñero tuvo total libertad editorial, colocando al suplemento a la altura de Plural, otra revista cultural que encabezaba Octavio Paz.

Los resultados de Vicente llamó la atención de Julio, quien lo invitó a colaborar en Excélsior.

Don Julio y Don Vicente, pilares del periodismo mexicano Foto: Proceso

Entre los trabajos publicados en el rotativo destacan la crónica en la que, con una atrevida mirada crítica, cuestiona a la Cuba de Castro, sin importarle que para la izquierda latinoamericana y para la intelectualidad mexicana de aquella época lo políticamente correcto era el culto a Fidel Castro.

También aparece un reportaje sobre una estatua que Miguel Alemán se mandó a hacer en Ciudad Universitaria, misma que, tras la publicación, terminó decapitada por estudiantes.

Después de cuatro años dirigiendo Revista de Revistas, volvió el “demonio” de la literatura. Buscó a Scherer para decirle adiós, éste último, sin concebir que alguien quisiera dejar el periodismo, le dio un par de meses de vacaciones a Leñero para empaparse de letras.

Vicente regresó de sus vacaciones únicamente para presenciar el Golpe a Excélsior. Una maniobra del presidente Luis Echeverría quien, a traición de Regino Díaz Redondo, provocó la expulsión de Scherer y su gente cercana del diario, ante el periodismo crítico y certero que tanto dañaba la investidura presidencial.

La salida tras la expulsión de Excélsior: Foto Proceso.

Cuando el adiós entre Vicente y Julio aparecía, el destino interrumpía la despedida y los unía más.

Como respuesta al crimen perfecto de Echeverría, nació el semanario Proceso, encabezado por la trinidad del periodismo mexicano del siglo XX: Julio Scherer, Miguel Ángel Granados Chapa y Vicente Leñero.

La deserción de Excélsior y el nacimiento de Proceso quedo plasmada en las hojas de Los periodistas, donde la pluma de Vicente recolectó el testimonio de quienes lo vivieron y, a través de diferentes narrativas literarias, periodísticas y hasta dramatúrgicas, se plasmaba lo que pasó aquel 8 de julio de 1976.

Proceso terminó de formar la hermandad entre Leñero y Scherer, incluso formando un pacto: “Cuando cumpla la revista diez años, nos vamos”, propuso Vicente a Julio. Él duplicó el plazo a veinte y agregó: “pero nos vamos juntos”.

Con el semanario, el periodismo crítico vivió y tomó fuerza pese al auge de la dictadura perfecta priista.

Innumerables publicaciones como el enorme reportaje Asesinato, el doble crimen de los Flores Muñoz; la crónica de un viaje de campaña de Carlos Salinas de Gortari; la entrevista al Subcomandante Marcos y demás textos que llenaban las hojas de Proceso que se agotaba con facilidad en los puestos de periódicos.

Los 20 años pasaron, Don Julio y Don Vicente dejaron las riendas de la revista, sin perderle el ojo como fundadores de la misma.

Pese a estar en las aguas turbias del periodismo, Leñero no desatendió la literatura, libros como Estudio Q, El garabato, Redil de ovejas, El evangelio de Lucas Gavilán, La gota de agua y La vida que se va, forman parte del acervo del escritor.

Vicente también encontró refugio en el teatro, donde creo más de 20 obras, consolidándolo como un fundamental de la dramaturgia mexicana. Incluso, escribió guiones para cine, donde destacan Los albañiles, Los de abajo, Mariana, Mariana, El callejón de los milagros, La Ley de Herodes y El crimen del padre amaro.

El tiempo no da tregua y así lo supo Scherer cuando recibió una llamada. Era Leñero, quien con la voz lenta y húmeda le decía: “Llegó nuestro tiempo, Julio. Tengo un tumor en el pulmón. Cáncer. Los médicos me dan dos años de vida”. Vicente colgó, evitó una respuesta superflua por parte de Julio.  

Tiempo después, el 3 de diciembre de 2014, La vida que se va, se la fue a Vicente Leñero. El cáncer había emitido sentencia. Sus restos fueron cremados. Familiares, amigos y amantes de su pluma, así como del sonar de su máquina de escribir, atiborraron el Palacio de Bellas Artes para darle un último adiós.

El pacto de Don Julio y Don Vicente parecía que iba más allá del trabajo. Un mes después, el 7 de enero de 2015, Scherer falleció alcanzando a su viejo amigo. El periodismo mexicano se quedaba huérfano.

Scherer y Leñero, un pacto que fue más allá del trabajo. Foto: Proceso

Vicente Leñero fue uno de los escritores, en el sentido estricto de la palabra, más completo de aquella generación de la segunda mitad del siglo XX, del que México fue testigo.

Leñero fue siempre incorruptible y crítico como su viejo amigo y mano derecha, Julio Scherer. Pulcro, fluido y correcto, parecido al estilo Miguel Ángel Granados Chapa. Coloquial y populachero, a la Monsiváis, a la hora de escribir.

Además de novelero, creativo, original e influyente, como Gabriel García Márquez. Con tintes de poeta, como José Emilio Pacheco y Octavio Paz. Tan cuentero, como Juan Rulfo. Asertivo y oportuno, al par de Elena Poniatowska.

Sin mencionar el luchador de teatro y la dramaturgia, como Ignacio Solares. Convirtiendo su lectura en obligada y fundamental, a lo Manuel Buendía.

Aquel hombre que se metió al periodismo para aprender a escribir, termino haciendo tanto de todo que colocarlo en una sola rama de la literatura quedaría injustamente corto, por eso, la única palabra que le queda a las anchas de sus prácticas y talentos es: escritor.             

Comments

comments

ANTERIOR

¿Qué significa la salida de Estados Unidos del Acuerdo de París?

Siguiente

La quesadilla en la Ciudad de México y su controversial contenido

ÚLTIMA ENTRADA

Javier Valdez

La soledad del buen periodismo

¿Por qué el periodismo es importante en México? ¿Por qué siguen agrediendo a periodistas en este País? ¿Quiénes son los responsables de
frojiMXTop

Don't Miss