No sé cuántas veces he leído que “la violencia nos había rebasado en México”, es más, sé que se decía desde antes que decidiera estudiar y dedicarme al periodismo.
De un tiempo para acá, cada semana o a veces en un periodo más corto, una tragedia nueva llega a acaparar los titulares. Michoacán, Querétaro, la violencia contra periodistas, son algunos ejemplos recientes. Los mismos periodistas cubrimos los casos, y para quienes cubren la nota diaria, éstas acaparan la atención, el tiempo de redacción e investigación… hasta que llegue una nueva historia con más víctimas y más muertes.
En el tiempo que sobra, está la nota roja del día a día. Esa rama del periodismo de la que hay tantas críticas, todas muy válidas, pero que de algún modo se convierte en la fuente de información para los propios familiares de las víctimas, incluso mucho antes que las autoridades, para saber el qué, cómo, dónde y quién mató. Sobre el por qué, aunque esté ahí, siempre será absurdo ¿por qué es tan fácil matar a alguien?
Sin embargo, a menos que el hecho se vuelva relevante por alguna relación con el crimen organizado o se trate de un cruel feminicidio (a veces, ni “eso” es suficiente), esa nota roja será la única dedicada a informar del caso porque, volvemos a lo mismo, estamos rebasados. Rebasados por la violencia diaria y rebasados para cubrir dignamente todos los casos.
Preguntarnos sobre cuándo empezamos a normalizar la violencia tampoco nos dará una respuesta clara, muchas personas incluso ya no quieren leer noticias para no enterarse del horror diario pero, ¿hasta cuándo habrá un alto? ¿Hasta que a todxs nos pase y tengamos la empatía suficiente para decir ya basta?
Niños en México: Crecer entre violencia
Según el Reporte de Incidencia Delictiva del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), durante enero de 2022 se registraron 2 mil 58 homicidios dolosos en México, mientras que en 2021 fueron 28 mil 266 en total.
De esas miles de víctimas, ¿cuántas pudieron acceder a la justicia? ¿Cuántas fueron bien atendidas en el Servicio Médico Forense? ¿Cuántas comieron y durmieron mal mientras sorteaban el horror burocrático que implica un asesinato? O para empezar, ¿cuántas familias pudieron costear los trámites funerarios?
Si bien sabemos que nunca se está completamente listo para enfrentar la muerte natural, por enfermedad o accidental, quisiera decir que nadie debería vivir la tragedia de un homicidio, de dar la noticia ni tener que vivir experiencias traumáticas que se sumen al duelo.
Tal vez las familias que pasan por el horror de la violencia nunca más quieran saber de las noticias, tal vez esto las lleve por un camino para exigir justicia, pero lo que seguramente pasa es que la violencia ajena no se leerá igual porque la empatía ahí queda y se desea que nadie más tenga que pasar por ella.
No sé cuántas veces escribiré que la violencia nos está rebasando en el país pero mientras sean más preguntas que respuestas y el mensaje a las familias sea “pronta resignación” en vez de “no repetición”, esta pluma seguirá insistiendo.