Bielorrusia
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¿Qué pasa en Bielorrusia?

25 agosto, 2020

Recientemente las noticias sobre Bielorrusia y lo acontecido después de las elecciones presidenciales del pasado 9 de agosto han encontrado eco en diversos medios tanto nacionales como extranjeros.

En las notas se presenta de manera clara lo ocurrido después del proceso, al menos en lo referente a las protestas, pero poco o nada se ha hablado sobre los motivos que llevaron a este país a encontrarse en dificultades y cuáles son sus posibilidades a futuro.

ALEKSANDR LUKASHENKO: DICTADOR

Después (y antes) del proceso electoral mucho se escribió sobre Aleksandr Lukashenko al que no pocas personas llegaron a considerar como “el último dictador de Europa”, o peor aún, “el último dictador de la era soviética”.

Si decir esto último ya es un grave error, considerarlo cierto es una barbaridad. Lukashenko asumió como presidente de Bielorrusia en julio de 1994 poco más de dos años y medio después de que se firmaran los acuerdos de Belavezha con los que se declaraba formalmente la disolución de la URSS.

Si acaso lo único soviético que tuvo (o tiene) Lukashenko es el hecho de haber sido director de una granja colectiva (koljoz), haber adoptado la bandera soviética bielorrusa (por supuesto que sin la hoz y el martillo), conservar el nombre de la agencia de inteligencia con el acrónimo de KGB o proponer en su primera candidatura como presidente volver a los estándares de autosuficiencia y prosperidad que tuvo el país siendo parte de la URSS, propuestas que al final convencieron y lo llevaron a ser presidente.

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Vale la pena destacar que desde 1994 mantuvo control estatal de la economía, de la producción, de los precios, de los empleos, del sistema de salud, de empresas y de infraestructura.

Evitó las grandes reformas de mercado, las privatizaciones y otorgó subsidios yendo claramente en contra de todo lo que se suponía debería hacer un país postsoviético.

Este tremendo éxito se debió también gracias a que se alcanzaron acuerdos con Rusia para exportar a ella una buena parte de su producción agrícola, además de maquinaria y equipo industrial, recibiendo a cambio gas y petróleo barato que refinó y vendió a Europa a precios de mercado conservando las ganancias.

Por todo lo anterior, sus primeros años de gobierno fueron ampliamente aceptados y Bielorrusia se convirtió en un caso único alcanzando tazas de crecimiento fluctuante pero positivo del PIB (que incluso llegó hasta el 11%) desde 1994 hasta 2009 (tras la crisis económica mundial) con prácticas de corte social para después ir decayendo gradualmente (en 2019 el PIB creció apenas un 1.2%).

Lo escrito párrafos arriba es apenas un muy breve acercamiento de lo que representa Lukashenko en su país y que rara vez es considerado al momento de pronunciar un análisis u opinión al respecto de lo que hoy se vive en Bielorrusia.

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Retomando la exposición de motivos por los cuales la etiqueta de dictador no puede adherírsele a este controvertido político, tiene que ver con el hecho de que un verdadero dictador no llama a elecciones, no tiene problemas para continuar con su gobierno, no tiene oposición y tiene el pleno control de cualquier situación que suceda en su país y hasta el momento ninguna de estas condiciones se ha cumplido a cabalidad para considerarlo como tal.

En cualquier caso, es responsable de concentrar el poder y las decisiones políticas en su persona, no entender que la dinámica nacional e internacional ha cambiado, que los últimos años no han sido tan prósperos para la población y que aferrarse a la dirigencia del país por sexta ocasión podría provocar descontento entre la población.

Es cierto que es un líder extremadamente antidemocrático, pero en este caso -y otros tantos- siempre ha sido mucho más sencillo referirse al político deslegitimado con la etiqueta de dictador -y para este caso nada más aterrador que uno soviético- sin que ello lleve una reflexión mínima de lo que significa serlo, apelando a que la repetición en automático de la palabra de por entendido que el personaje en sí se ganó su rechazo para no tener que profundizar en nada más y que la situación entonces se explique sola.

Estas prácticas resultan muy peligrosas para la formación de criterio pues parecen estar basadas en suposiciones, dichos y fobias que al final no facilitan el entendimiento de nada.

LAS CRISIS EN BIELORRUSIA

Si bien la crisis que vive Bielorrusia detonó tras las pasadas elecciones, estas mismas deben entenderse dentro del contexto de los últimos años, de la fractura de la relación entre sociedad y gobierno (de restricciones a cambio de crecimiento) los problemas de salud, económicos y político-electorales.

Aunque la crisis sanitaria provocada por el covid-19 no ha dejado grandes estragos en Bielorrusia (70 468 casos y 642 defunciones de acuerdo con sitio de la Universidad Johns Hopkins, al corte del 23 de agosto pasado) el manejo de la pandemia por parte del gobierno bielorruso ha dejado mucho que desear entre la población.

Bielorrusia
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A diferencia de sus pares europeos, en Bielorrusia no se implementaron restricciones a la movilidad a nivel nacional o internacional pues se desestimó de inicio el virus.

Cuando los primeros casos se comenzaron a presentar el propio Lukashenko llegó a culpar a la misma población de ser la principal responsable señalando que habían enfermado por no ser lo suficientemente resistentes ni alimentarse de manera adecuada y añadió que la cura a la enfermedad era trabajar más, jugar hockey y beber vodka, ridiculizando además a quienes usaran cubrebocas o tomaran medidas adicionales pues según él, todo eso no hacía más que provocar psicosis.

Naturalmente la población mostró su rechazo absoluto y entendió que el gobierno no intentaría controlar la situación. El ambiente de molestia comenzaba a aumentar.

Por otro lado, la gradual desaceleración económica que ha experimentado el país desde 2011 ha ido provocando un aumento gradual del desempleo. Lejos de buscar una solución a esta situación el gobierno buscó implementar en 2017 un impuesto dirigido a las personas que después de seis meses siguieran en esa condición.

La medida por obvias razones fue muy impopular, provocó protestas, enfrentamientos con la policía y una gran cantidad de detenciones. Al final la puesta en marcha de este impuesto se retrasó sin que se vislumbrara una solución clara al problema, por lo que una buena cantidad de trabajadores se desplazó hacia Rusia y Polonia buscando mejorar su situación.

No predecir lo impredecible

Ya en 2019, la crisis económica comenzó a complicarse más cuando los empleados del sector público (que ocupa a la mayoría de la población) comenzaron a ser despedidos o en otros casos conservaron su empleo (aunque a tiempo parcial) sin que ello resultara de mucha ayuda ante la caída generalizada de los salarios.

El descontento creciente en las zonas urbanas y en la capital del país, Minsk, se hizo entonces cada vez más evidente, pues la población considera que hacen falta perspectivas económicas que les brinden un mejor futuro, es decir, buscan reformas de mercado que Lukashenko no considera correctas para el país y que ha evitado hacer durante mucho tiempo apelando únicamente a la disciplina o el trabajo duro, terminando entonces de mermar su popularidad, favoreciendo también la crisis político-electoral que comienza cuando a los otros tres candidatos se les impide participar en el proceso electoral.

Sergei Tikhanovski fue el primer contendiente a la presidencia en ser detenido a inicios del mes de mayo. El popular bloguero ganó notoriedad como candidato por sus críticas generalizadas al gobierno y mostrar en la mayoría de sus videos la inconformidad de antiguos simpatizantes de Lukashenko que no lo querían más como presidente.

Sorprendentemente sin otra agenda más que mostrar quejas y rechazo al gobierno, Tikhanovski y posteriormente su esposa Svetlana Tikhanovskaya fueron considerados por la población como opciones a dirigir el país.

Viktor Babariko fue el segundo candidato en ser detenido. Conocido por ser empresario del sector bancario y considerado el hombre más rico del país, colaboró con Lukashenko para desarrollar la banca de Bielorrusia, aunque sin afinidad entre ellos, pues el empresario impulsó proyectos artísticos y culturales con el propósito de promover la lengua y la cultura bielorrusa ganándose así una simpatía adicional entre el grupo nacionalista bielorruso, con lo que terminó de esbozar un proyecto político distinto al actual.

Bielorrusia
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De hecho, él era considerado el candidato con mayores posibilidades de ganar las elecciones por ello se le detuvo a mediados de junio acusado de realizar actividades financieras ilegales.

Si bien Valery Tsepkalo no fue detenido si tuvo que salir del país y dirigirse a Rusia en el mes de julio pasado. Antiguo funcionario del gobierno (exembajador en los Estados Unidos y en México) y empresario del sector tecnológico propuso cambios estructurales con miras a liberalizar la economía del país, aunque su popularidad no era demasiada.

Ante esta peculiar situación las esposas de los tres contendientes a la presidencia se convirtieron en menos de un mes en la principal oposición, siendo Svetlana Tikhanovskaya la más reconocida y por alguna razón se creyó que con su nombramiento como candidata y una eventual victoria en las urnas el entorno de crisis política en el país iría a la baja.

Más allá de resolver el problema, tanto el gobierno como la oposición se encargaron de exacerbar la crisis, pues Lukashenko no aceptó el problema y Tikhanovskaya declaraba que de resultar ganadora de los comicios llamaría a nuevas elecciones, por lo que seguramente más tarde se presentarían nuevos problemas, al mismo tiempo evidencia que la oposición no cuenta con una agenda política seria para el país.

Esto parece confirmarse con el hecho de que no haya tomado parte en las protestas y se encuentre ahora en Lituania. Es muy probable y también válido que tenga un deseo legítimo de evitar la violencia, pero al momento en que ella por decisión propia aceptó volverse una figura de oposición contrajo una responsabilidad política con el país, con sus simpatizantes y consigo misma.

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El clima postelectoral en Bielorrusia ahora parece estar más estable, aunque sigue siendo delicado pues existe la posibilidad que la situación llegue a un punto muerto, se estanque y permanezca en relativa calma hasta volverse otra vez convulsa en la siguiente elección.

Otra posibilidad es que la violencia se agrave, no exista el orden y se presente la necesidad de reestablecerlo por la vía armada, siendo sin duda el más trágico y doloroso, o aquel en el que la oposición gane aunque carezca de un programa y que en su afán por diferenciarse del gobierno anterior haga exactamente todo lo contrario, se vuelva nacionalista (que en sí no es malo, pero se vuelve un tema delicado cuando tiende a los extremos), retome el idioma y bandera bielorrusa (aquella de dos franjas blancas y una roja en el medio que se ve en las fotos y videos de las actuales manifestaciones) y termine provocando una división política y social en el país.

Durante los primeros días de crisis ni el gobierno ni la oposición parecieron actuar de la mejor forma, ahora que han trascurrido algunos días la mejor opción pudiera ser aquella propuesta por el propio Lukashenko; reformar la Constitución, aprobarla mediante referendo para finalmente convocar a elecciones.

El ofrecimiento es bueno, pero para ser realmente resolutivo deben contemplar la participación de una oposición seria (con agenda y objetivos políticos realistas) y un gobierno sensato para ambos polos revisen las políticas que puedan mantenerse, las que deban cambiar e impulsar aquellas que deban implementarse, solo así podrían solventarse los recientes problemas.

LA SOMBRA DE RUSIA

Para muchas personas se volvió casi imposible no comentar que las protestas en Bielorrusia provocarían una reacción inminente de Rusia y de su presidente, Vladimir Putin, quien sin titubeos intervendría en el país vecino con el único propósito de mantener a Lukashenko como presidente y asegurar que su afinidad política siguiera estando cerca de Moscú. El hecho de que esta consideración sea generalizada no necesariamente quiere decir que sea correcta.

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Antes de las elecciones un grupo de más de treinta personas de nacionalidad rusa fueron detenidas en la ciudad de Minsk acusadas de pertenecer a una compañía militar privada conocida como Grupo Wagner, quienes de acuerdo con las autoridades bielorrusas tenían como propósito desestabilizar las elecciones.

Días después ya en el contexto de las protestas varios reporteros rusos que cubrían los hechos fueron detenidos, incluidos corresponsales de la cadena rusa de noticias RT.

Todas estas detenciones provocaron desavenencias entre Minsk y Moscú al grado que tuvo que establecerse comunicación directa entre los presidentes de ambos países. Este no es el único roce que se ha dado, pues ya con anterioridad han surgido conflictos.

Desde 2010, Rusia ha retirado en varias ocasiones y por distintos motivos (económicos, comerciales y políticos) los subsidios al petróleo y gas que vende a Bielorrusia afectando seriamente su economía.

Estas maniobras del gobierno ruso han llevado a Lukashenko a buscar nuevas alternativas para el abastecimiento de energéticos principalmente en Europa y también en los Estados Unidos. Lo anterior es evidencia que no existe tal cosa como un vínculo o colusión inquebrantable entre Putin y Lukashenko.

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Un punto importante por destacar es que, si el régimen en Bielorrusia no es necesariamente prorruso, los opositores (y el gobierno) tampoco tendrían porqué ser proeuropeos, de hecho, no se han visto banderas de la Unión Europea en ninguna de las manifestaciones actuales.

Con todo y ello, no han faltado las voces que han querido hacer ver las cosas de otra manera e incluso abogan por que el bloque comunitario muestre su respaldo a las manifestaciones o promueva un cambio político en Bielorrusia (parecido al caso venezolano) a través de Svetlana Tikhanovskaya para que el país no sea presa de Moscú, tal y como sucedió en Ucrania y Crimea aun cuando las causas de ese conflicto sean muy distintas y en nada tengan que ver con lo que ahora se ve en Bielorrusia.

Y es que el repentino interés de Europa por mejorar las condiciones internas de Bielorrusia resulta un tanto contradictorio si se recuerda que anteriormente la misma UE ha limitado por iniciativa propia sus relaciones económicas y políticas con Minsk.

Una explicación mucho más sencilla del por qué Rusia tendría interés en estabilizar la situación en Bielorrusia, pasa por el hecho de que, como cualquier otro país, no le es favorable que sus países vecinos se encuentren en problemas y que estos mismos generen otros nuevos, pero fuera de donde se presentaron originalmente.

Esta es una práctica que tanto la Unión Europea y los mismos Estados Unidos han aplicado durante varios años en sus zonas colindantes más próximas. Pero esta consideración parece no aplicar para Rusia y mucho menos para su gobierno, al que se le sigue viendo como el antagonista por excelencia.

Si es que realmente se desea aportar ideas para la solución de la actual situación en Bielorrusia -y en otros países- es muy necesario que se abandone la percepción de Rusia como una amenaza u obstáculo para la resolución de conflictos.

Es necesario reconocer que Moscú al igual que otros países o bloques, tiene intereses y preocupaciones legítimas en el exterior, pero mientras estas ideas permanezcan, poco o nada podrá solucionarse y en lugar de hacer a los conflictos más cortos y menos continuos, estos se presentarán con más frecuencia y duración.

Puede ser que los tiempos dinámicos que vivimos requieran respuestas rápidas, pero mientras estas no sean meditadas y consensuadas poco lograrán.

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