Desde principios de noviembre de 2021, diversos analistas y medios, han comentado de manera reiterada la “posible” invasión de Ucrania a manos de Rusia, esto en el contexto de conflicto que vive el país en su región este y las desavenencias políticas existentes entre Moscú, Europa y los Estados Unidos, mismas que se han agudizado desde hace poco más de seis años.
Resulta muy llamativo que los documentos, charlas y notas que tratan de explicar el asunto están cargados de exageraciones, descontextualizaciones, datos incompletos, posturas pre asumidas y supuestos escenarios que surgirían después del aparente acontecimiento.
El ejercicio de elucubrar escenarios futuros y sugerir cómo debe reaccionar tal o cual país u organización es por demás ocioso, sino es que incorrecto, aunque hace evidente que no se ha dado el tiempo debido a la reflexión y menos aún a formular correctamente las preguntas que tendrían que motivarla: ¿Rusia invadirá Ucrania? ¿Por qué?
Por supuesto que hay distintas respuestas, pero estas deberían tener como base la realidad y lo que se conoce o no del tema. Los hechos actuales muestran que no ocurrirá tal cosa como una invasión. Basta hacer un poco de memoria.
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Movimientos de tropas y armamento
En abril y mayo pasado se anunció el despliegue de militares, equipo, vehículos y armamento ruso cerca de la frontera con Ucrania. Como es conocido, dicha movilización sí ocurrió, pero lo que no se comentó es que esta fue resultado de un desplazamiento militar previo hecho por Ucrania cerca de las provincias separatistas de Donetsk y Lugansk (la región del Donbás al este de Ucrania).
En aquella ocasión, la tensión provocada por la acumulación de tropas en ambos bandos se redujo una vez se acordó relocalizar las unidades y equipos desplegados en dichas zonas.
Las maniobras actuales del ejército ruso que muestran las imágenes satelitales guardan relación con los sucesos de abril y mayo, por lo que no debería ser sorprendente que continúe el tránsito de soldados o equipo militar ruso en la zona, teniendo como destino otras bases, que, dicho sea de paso, tampoco son nuevas ni secretas como se ha insinuado, pues se conoce de antemano su ubicación, tanto que es posible obtener imágenes nítidas de ellas empleando satélites.
Por otro lado, también es necesario recordar que a finales del mes de julio pasado la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) llevó a cabo ejercicios militares junto con Ucrania en las aguas del Mar Negro, motivando la movilización de tropas rusas hacia el sur de su territorio.
Por tanto, sería mucho más preciso pensar que los actuales movimientos de Rusia obedecen a una necesidad de reorganización o rotación de sus efectivos militares a razón de acontecimientos previos, y no forman parte de una serie de preparativos para efectuar una invasión a Ucrania.
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“Ya pasó en Georgia, Crimea y Siria” (una invasión)
Si bien es cierto que Rusia tiene historial de conflictos con sus países vecinos, sobre todo en años recientes, su participación en ellos no surgió de forma espontánea, ni fue parte de un plan previo, ni motivado por el revanchismo o por la proclividad intrínseca de Rusia a quebrantar el orden internacional como comúnmente se dice.
Los casos mencionados de Georgia (2008), Crimea (2014) y Siria (2011) poco o nada tienen que ver con los acontecimientos actuales, tal y como lo han insinuado algunos analistas.
En Georgia, el entonces presidente Mijaíl Saakashvili, aumentó el nivel de tensión del conflicto en el país con las regiones separatistas de Abjasia y Osetia del Sur, tras la declaración, mal entendida por el presidente georgiano, de una posible adhesión a la OTAN.
Las tropas rusas que ya estaban sobre las regiones sirviendo como fuerzas de paz/disuasión, tomaron control del territorio y combatieron al ejército georgiano.
Una vez declarado el fin del conflicto, Rusia se limitó a mantener presencia militar sobre la zona con la anuencia del gobierno y población local, además dio su reconocimiento a la independencia de Abjasia y Osetia del Sur. En ningún momento ocupó Georgia o su ciudad capital.
En el caso de Crimea, la participación de Rusia obedeció a la instalación en Kiev de un gobierno ultranacionalista que comenzó a hacer distinciones entre ucranianos y rusos, además de proponer sin ninguna moderación, su intención de ingresar a la OTAN.
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La distinción entre ciudadanos y el convulso entorno político resultado de la crisis de 2013, orilló a las autoridades en Crimea, donde la población es mayoritariamente de origen ruso, a organizar por tercera ocasión un referendo (antes se convocó en 1991 y 1994) para inmediatamente después solicitar respaldo de las autoridades en Moscú.
Las tropas rusas que ya estaban en la península desde 1997 ayudaron a la población y aseguraron el territorio de Crimea.
Una vez conocidos los resultados del referendo convocado, los militares rusos volvieron a su base en Sebastopol y no avanzaron más allá del territorio de la península de Crimea. En ningún momento se ocupó Ucrania.
Por último, la participación de Rusia en Siria fue solicitada por el propio gobierno de Bashar al-Ásad, limitándose a otorgar apoyo diplomático, logístico, de capacitación y respaldo a las operaciones del Ejército Libre Sirio. En ningún momento combatió dentro o fuera del país.
Se podrá estar de acuerdo o no con la participación de Rusia en estos (y otros) conflictos, pero es necesario tener en mente que su participación ha sido acotada y solicitada de manera previa. En ningún caso se presentó un proceder unilateral, ni una invasión hecha por sorpresa o por la fuerza como equivocadamente se pretende hacer ver una vez más.
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Factores adicionales
Por otro lado, es importante mencionar la influencia que los factores locales tienen sobre la reactivación de este conflicto, pues dejarlos de lado tampoco favorece el entendimiento de lo que está pasando. Y es que el gobierno del presidente ucraniano Volodimir Zelenski no pasa por buen momento.
El papel activo de los oligarcas en la toma de decisiones, las pugnas políticas, el cierre de medios críticos al gobierno, el estancamiento de la economía, la aparición de grupos de tendencias radicales y el conflicto en el Donbás, que dijo solucionaría por la vía diplomática, han afectado seriamente su gobierno, situación que lo ha llevado a buscar ayuda política y económica en el extranjero, principalmente en Europa y los Estados Unidos. De esa forma se explican las advertencias de golpe de Estado o invasión que él mismo ha hecho.
A pesar de lo anterior varios países europeos, además de Estados Unidos, han expresado su apoyo al presidente y ejército ucraniano de cara a una “invasión” rusa en el este de Ucrania tal como “ya pasó” en Crimea.
Aunque ambos casos tienen el mismo origen, resultado de la crisis ucraniana de 2013 y 2014, esto no significa que Rusia tenga pretensiones sobre el territorio del Donbás.
Las provincias de Donetsk y Lugansk no tienen más relación con Rusia que los lazos políticos y económicos que mantuvieron durante la época de la Unión Soviética, siendo la población ruso parlante, que no rusa, quien reconoce y mantiene ese vínculo histórico.
Tal vez, más importante aún, es que la región nunca fue parte de Rusia y en ella no hay bases ni soldados rusos, como sí había en Crimea o Georgia, que puedan actuar sobre el terreno.
Finalmente es necesario mencionar que los combatientes rebeldes en su mayoría son voluntarios con adiestramiento militar previo, dado que muchos de ellos provienen de cuerpos de seguridad o del mismo ejército. Son ellos, por si solos, quienes han batallado en contra del ejército ucraniano desde 2014.
El voluntariado (incluso extranjero) y capacitación, dificulta la plena identificación de los combatientes, por lo que es impreciso señalar un origen o nacionalidad específica.
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Exageración y palabrería
Los desplazamientos militares, independientemente de su nacionalidad, llaman poderosamente la atención. Sorprende observar tanques, tropas, artillería y suministros, aunque su movimiento no necesariamente presagia guerra o invasión, pues resultan ser caras, peligrosas e infructuosas. Existen ejemplos bastante conocidos que diversos analistas han evitado mencionar.
En su lugar han preferido emitir comentarios cargados de terminología militar, de seguridad o defensa, que sí, puede servir, pero no se aporta contexto adicional que ayude a comprender mejor la situación actual.
Otros más se han expresado en términos que sobrepasan la verdad o recurren a explicaciones extremadamente simplistas que reducen todo a la “maldad” intrínseca que rodea a Rusia y sus políticos.
La exageración alcanza a la imprudencia cuando se presentan mapas de Ucrania sobre los que se muestra simbología que pretende anticipar el posible movimiento de tropas y vehículos rusos.
Las “advertencias” han encontrado eco en políticos y gobiernos propensos a mostrar dureza frente a Rusia sin pensar antes en su grado de responsabilidad en el desarrollo del conflicto, como si este tuviese un solo responsable.
Por ahora la reunión celebrada por vía remota entre el presidente Joseph Biden y Vladímir Putin el pasado siete de diciembre, ha traído calma a la situación (siendo la ampliación de la OTAN y el suministro de armamento a Ucrania el tema central de la conversación) pero las voces que abogan por un endurecimiento de las restricciones económicas y políticas siguen siendo estridentes pese a los nulos resultados generados. Que las sigan considerando como solución significa prolongar el conflicto, evadir responsabilidades o propiciar la vuelta a un nuevo episodio de tensión.
Los problemas internos de Ucrania requieren soluciones internas en primera instancia, e inmediatamente después respaldo de la OTAN, Europa, Rusia y Estados Unidos, quienes a su vez tendrán que normalizar sus relaciones, con el fin de evitar que un problema interno tenga repercusiones a nivel externo.
Para conseguirlo es imperativo dejar a un lado la exageración y la palabrería en torno al caso. Es necesario también moderar el tono y conocer los hechos al momento de emitir un análisis u opinión respecto a temas tan delicados de la política internacional. Háganlo, por lo que el caso implica.