La naturalidad de mi ser
me incita a echar una vista al pasado,
unos dicen que es para que éste no se repita,
yo lo hago más para entender lo que está pasando ahora.
La mirada retrospectiva
suele convertir obvios las vicisitudes presentes.
Entonces, así, sólo así,
las sorpresas de la vida ya no parecen tales.
Sin embargo, en la letanía histórica de la vida cotidiana,
en inusuales ocasiones
aquellas extrañezas de lo lineal
no tienen antecedente alguno.
Como tú.
Doy vueltas y vueltas a lo sucedido,
a lo inmediato y a lo no tanto.
No encuentro nuestra unión anticipada.
¿Quién sabría
que ese par de ojos satinados
serían el café de mis desvelos?
¿Quién auguraría
que unas diminutas y suaves manos
redibujarían mi rostro cada día?
¿Quién imaginaba
que aquellos labios de fuerte llovizna y sonar suave
se dedicarían a alimentar mi alma con sus besos
y embotellar mi mente con el licor de sus palabras?
¿Quién vaticinaría
que el aroma de tu cuerpo
fuera el incitador principal de las pasiones furtivas
de nuestro amar diario?
¿Quién pregonaría
que el existencia de tu ser,
en presencia y ausencia,
llenara con colores los huecos en blanco de mi soledad?
El bagaje que llevo a cuestas
me susurra dos vertientes de lo que acontece:
La efervescencia de un evento lo es en sí
por la falta de relevancia en el protagonista;
o el poder de algo inexplicable
que marca en alguna pauta intergaláctica
lo que debe de pasar sin entendimiento mínimo,
pero transcendental e inextinguible.
Destino lo llamo yo.