Juan Rulfo, el eterno enamorado de Clara Aparicio

16 mayo, 2018

“… yo siempre anduve paseando mi amor por todas partes,

hasta que te encontré a ti y te lo di enteramente”.

-Juan Rulfo a Clara Aparicio

Hablar de Juan Rulfo es sinónimo de amor. Y no solo por aquél que quedó plasmado en su novela Pedro Páramo, donde el protagonista vive perdidamente enamorado de Susana San Juan. Todo lo que hace se da en función de lo que él siente por ella. Al final de esa novela, el lector se da cuenta de que el recurrente de la misma es ese amor romántico imposibilitado y no todo es color de rosa.

Fuera de ese mundo de ficción no tan alejado de la realidad, Juan Rulfo reveló –en una carta a la agencia EFE con motivo de los 30 años de la publicación de Pedro Páramo– que el famoso personaje de Susana San Juan tuvo una razón de ser poderosa, así como la novela completa:

“En lo más íntimo, Pedro Páramo nació de una imagen y fue la búsqueda de un ideal que llamé Susana San Juan. No existió nunca: fue pensada a partir de una muchachita a la que conocí brevemente cuando yo tenía trece años. Ella nunca lo supo y no hemos vuelto a encontramos en lo que llevo de vida”.

¿Juan Rulfo se vería a sí mismo como Pedro Páramo? En realidad, esa pregunta no tiene una respuesta posible, pero lo que es cierto es, después de la existencia de aquella chica, la aparición de Clara Angelina Aparicio.

La conquista

Él tenía 24 años, ella 13. Quienes conocieron esa relación dicen que Rulfo se hizo pasar por un empleado de la oficina de migraciones para ir a casa de Clara, quien también vivía en Guadalajara, e investigar todo lo posible sobre ella antes de ser su pareja.

La etapa de cortejo incluyó invitaciones de helado para Clara y sus amigas desde un completo anonimato que, luego de ser descubierto por los padres de la mujer, se vio confrontado hasta obtener el permiso para continuar con la conquista.

Días antes de que Rulfo viajara al todavía Distrito Federal, le pidió a Clara que fuera su novia y al obtener una respuesta positiva, comenzó con un envío de cartas que permitió mantener viva su relación mientras estaban separados.

Muchachita:

No puedo dejar pasar un día sin pensar en ti. Ayer soñé que tomaba tu carita entre mis manos y te besaba. Fue un dulce y suave sueño. Ayer también me acordé de que aquí habías nacido y bendije esta ciudad por eso, porque te había visto nacer.

No sé lo que está pasando dentro de mí; pero a cada momento siento que hay algo grande y noble por lo que se puede luchar y vivir. Ese algo grande, para mí, lo eres tú. Esto lo he sabido desde hace mucho, más ahora que estoy lejos lo he ratificado y comprendido”.

 La vida juntos

Fue en 1947 cuando Juan y Clara se casaron y no los separó nada más que la muerte del autor, en 1986. Pero sus cartas incluso sobrevivieron a través del tiempo y la editorial RM puso a la venta en 2013 Cartas a Clara, libro que recopila todo el material epistolar que Rulfo le mandó a su amada.

En las cartas que se consignaron durante siete años es notable el humor, la poesía y el amor que Rulfo siempre profesó por Clara. Y, sin duda, esta es una forma de acercar a los lectores a las obras meramente literarias de uno de los autores más destacados de las letras mexicanas.

Chiquilla:

¿Sabes una cosa?

He llegado a saber, después de muchas vueltas, que tienes los ojos azucarados. Ayer nada menos soñé que te besaba los ojos, arribita de las pestañas, y resultó que la boca me supo a azúcar; ni más ni menos, a esa azúcar que comemos robándonosla de la cocina, a escondidas de la mamá, cuando somos niños.

También he concluido por saber que los cachetitos, el derecho y el izquierdo, los dos, tienen sabor a durazno, quizá porque del corazón sube algo de ese sabor.

Bueno, la cosa es que, del modo que sea, ya no encuentro la hora de volverte a ver.

No me conformo, no; me desespero.

Ayer pensé en ti, además, pensé lo bueno que sería yo si encontrara el camino hacia el durazno de tu corazón; lo pronto que se acabaría la maldad a mi alma.

Por lo pronto, me puse a medir el tamaño de mi cariño y dio 685 kilómetros por la carretera. Es decir, de aquí a donde tú estás. Ahí se acabó. Y es que tú eres el principio y fin de todas las cosas.

Tal vez en la actualidad se puede pensar que escribir cartas a mano a la persona que amas es anticuado, cursi y hasta ridículo. Pero, al final del día, la emoción de ver la caligrafía de esa persona en un papel donde plasmó pensamientos especialmente para ti, le da la característica de eterno a un romance que puede o no serlo.

Juan Rulfo y el retrato de México del siglo XX

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Redactora de a ratos, creativa de siempre. Ama las plumas de las aves y cree que con ellas se puede escribir una nueva historia cada vez. Le gustan los altos vuelos porque desde arriba la perspectiva es mejor para relatar el mundo.

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