Ubicada al nordeste de Brasil, la Ciudad de Salvador de Bahía es anfitriona gustosa de las fiestas multitudinarias, y qué mejor que deleitarse al recibir un efusivo “Feliz Natal”, recorrer sus calles y mezclarse con su idiosincrasia.
También conocida como Roma Negra por poseer la mayor cantidad de población africana fuera de África, Bahía invita tácitamente a adentrarse en sus raíces para ser partícipe de un regalo sensitivo.
Esta urbe fundada en el año 1549 por el conquistador portugués Tomé de Sousa, fue en sus inicios la ciudad más importante de la Corona de Portugal en el continente americano producto de las grandes cantidades de riquezas generadas por la exportación de azúcar hacia Europa.
Su principal legado es el barrio de Pelourinho, centro histórico de la ciudad ubicado sobre una colina que se eleva casi cien metros desde el puerto costero y que por la preservación de su arquitectura colonial barroca portuguesa (calles estrechas, empinadas y adoquinadas, casas coloniales de fachadas coloridas, edificios suntuosos, faroles de hierro dispuestos en las esquinas y cientos de iglesias) fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en la década de 1980.
A pulso latino, afro y barroco
Durante esta época del año, el deslumbrante espíritu de celebración Bahiano impregna las plazas, los comercios, los hoteles y los edificios públicos de la “Capital de la alegría”, y se acordona en los corazones de los miles de foráneos y turistas que protagonizan una experiencia mágica y hospitalaria al descubrirla en profundidad.
Al ritmo de los tambores intervenidos con colores rojos, dorados, verdes y negros de reminiscencia afro, los lugareños con su sonrisa amplia y actitud empática gozan al distinguir una tonada impropia e instantáneamente pronuncian un “bem vindo” (bienvenido) y arengan con su clásico “experimenta” (prueba).
Paso a paso la alquimia teje sus redes y todo se vuelve símbolo de derroche de plenitud y felicidad. Asombrarse como un niño al descubrir cómo se funden exquisitamente las postales de antaño en la vida moderna y cómo se detiene el tiempo sin hacerlo, es supremo.
Frenar la marcha al llegar al Paseo de Papá Noel ubicado frente al elevador público Lacerda (construído en el año 1873 que conecta la Ciudad Alta con la Ciudad Baja) y encogerse al mirar hacia el gigantesco Papai Noel (Papá Noel) inmerso en el tradicional trineo con sus míticos renos, sentirse parte del pesebre hecho a escala humana, observar arreglos navideños con forma de palomas de la paz que mueven sus alas al compás de las luces sonoras, disfrutar de los pinos naturales y artificiales decorados con ingenio y creatividad, oir los juegos melódicos de los coros entonando villancicos y visitar las iglesias de estilo barroco sin importar el credo, son claves para encenderse.
La osadía de celebrar
“Tudo é maravilhoso” (todo es maravilloso), dice entre risas Natalia, una Bahiana de 31 años, piel morena y de ébano, ojos marrones, cabello negro rizado, figura robusta, de 1.85 metros de altura, estudiante de Administración, que ayuda a su familia trabajando como moza en uno de los mejores hoteles all inclusive de la zona y que paralelamente, como ingreso extra, se ofrece a guiar a los turistas por el Casco Histórico a cambio de algunos reales.
En estos tiempos, los sentimientos se potencian; la gente se siente más alegre, renovada, esperanzada y recargada de fuerza vital. “No importa la situación del país, hay que ser felices”, expresa Natalia mientras gesticula y se le ilumina la mirada. Sigue practicando español y comenta “mi vida no es sencilla”, pero nada atenta contra la sonrisa que le provoca hoyuelos en sus mejillas. Vuelve al portugués y revela “pra mi seria um sonho conhecer Argentina” (para mí sería un sueño conocer Argentina).
Dentro del contexto festivo, los encuentros familiares y amistosos improvisados a mitad de la calzada, las felicitaciones y los buenos deseos que se aglutinan en las charlas, las risas compartidas, las parejas con sus manos entrelazadas, los abrazos sorpresivos, las miradas cómplices, son las demostraciones afectivas que le dan un tinte único al momento presente.
En ese preciso instante, es casi un acto involuntario sumergirse en un estado de introspección y evidenciar que cualquiera sea la latitud en la que te encuentres, todos estamos hermanados y de un modo u otro aspiramos a vivir esa filosofía de vida bahiana simple y pura: “que la vida te encuentre disfrutando, que la sonrisa siempre esté presente y que la felicidad te acompañe”.